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Tribuna
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Contra la guerra

El autor de este artículo hace un llamamiento a los escritores españoles para que se pronuncien contra la temida y posible guerra del Golfo. Este llamamiento coincide con la constitución en Madrid del Foro de Escritores contra la Guerra, que mañana hará públicos sus objetivos en un acto en el Ateneo madrileño. Suscriben esta iniciativa Rafael Alberti, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Goytisolo, Juan García Hortelano, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Marsé, Francisco Nieva, José Luis López Aranguren y Juan Carlos Onetti, entre otros.

Y si la guerra estalla un día, todos los silencios serán, ante ella, Igualmente culpables. Y, si logra evitarse, ya igualmente se ha apoderado de nuestros corazones sumisos, apáticos, indolentes. Porque no es hora de análisis o justificaciones: sólo de aullidos. Nos han acostumbrado a la espera. A pensar que el orden es sagrado. El heredado o el que cada día, siempre en nombre de la civilización o el progreso, se nos impone. A la política de hechos consumados. A servir. A Dios, a la patria, a quien sea. Robándonos tiempo de vida. Y a veces hasta la propia vida. Cuando siempre debiéramos tener en mente la maldición de Goethe: "Maldita la esperanza, maldita la fe, y maldita, sobre todo, la paciencia".Los militares tienen una profesión, la más siniestra de cuantas existen: la guerra. Los civiles deberíamos tener otra: evitarla. Como profesionales, que asuman ellos sus riesgos: jueguen su juego de sangre y terror en un único tablero, aislado del resto de los humanos y sobre una tierra quemada que se sitúa en el infierno y no linda con ninguna donde florezca la vida. Me aterra, como escritor, el silencio, en las horas presentes, de tantos compañeros, tan vociferantes, sin embargo, a la hora de hablar de otros temas comprometidos. Fue Hölderlin el que escribió: "El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona". Al cambiar su calificación, precisa como nunca en nuestros días de pasividad y abandono, significamos que queremos seguir siendo dioses en nuestros sueños, pero hombres en nuestras reflexiones.

Silencio cómplice

Nada hay más grotesco después que las lamentaciones. A los genocidas argentinos que jugaron a la guerra contra su propio pueblo no los indulta el incalificable bufón que los sirve, sino quienes le votaron o no combatieron con todas sus armas reflexivas antes. Si la guerra estalla, un día, después, sobre los campos de exterminio, nuestro silencio será cómplice. La individualidad creativa del escritor no implica el que como ciudadano renuncie a combatir, con su palabra, complementarla de la otra que alienta sus sueños literarios, contra las formas de enajenación y sobre todo de amenaza brutal que se ciernen sobre nuestros tiempos históricos. No queremos que, como escribiera Kavafis, silenciosamente nos tapien el mundo.

Y en estos días no puede haber narración, poema más necesario que el de luchar contra la guerra. El escritor es molesto si, en su diferencia, apuesta por la crítica no sujeta a ningún código moral o político. Por eso interesa su aislamiento, su marginación. Por eso hoy hurgamos la conciencia de todos los que no aúllan contra esa horrible pesadilla que viven. Conciencia: debería ser, debería haber sido, el único principio ético de quienes un día hablaron de socialismo. Y, si piensan que son impotentes, que el amo del Norte es demasiado poderoso para enfrentarse a él, siempre les queda un recurso para, al menos, ver sus manos libres de sangre ante la historia: dimitir; dimitan todos, en cadena.

Cadena por la paz

Como cadena por la paz, deberíamos formar ya los escritores, ante la Moncloa si es preciso. Hago desde aquí un llamamiento a compañeros que, aun en diferentes y a veces enfrentadas posiciones, están unidos en una misma postura ética ante la vida, para que secunden esta posición y exijan la vuelta a la razón de nuestros gobernantes: me refiero a escritores como José Luis Aranguren, Fernando Savater, Javier Sádaba, Agustín García Calvo, Rafael Sánchez Ferloslo, José Luis Sampedro, Antonio Muñoz Molina, Luis Landero, etcétera. Escribía un día de nuestra pasada angustia María Zambrano: "La continuidad de España se ha expresado por la poesía sin que nadie pueda ya impedirlo, pero se ha expresado Igualmente por la sangre. Y la sangre también tiene su universalidad. Mas sin la palabra no sería comprendida". Hoy, nuestra palabra, nuestra poesía, debe, en aras de la universalidad, impedir el retorno de la sangre. Contra la guerra, en la reflexión y en los sueños.

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