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¿Lo sabe usted?

Los escépticos acostumbran a decir que lo más interesante de la cultura se ha de ir a buscar a la rebotica. Lo mejor del teatro se encuentra detrás del escenario y lo mejor del cine se agita delante de la pantalla. Habitualmente, la literatura gestaba lo mejor de sí misma en las trastiendas de las librerías o en los sanatorios antituberculosos, pero aquéllas desaparecieron a manos de la televisión y éstos gracias a la penicilina. Ahora, los secretos de la literatura-espectáculo hay que Irlos a buscar a esas fiestas que unas cuantas veces al año permiten sacar al escritor de los armarios para que se pueda broncear con los flashes de los fotógrafos. En realidad, sólo es una cena. Pero hasta las cenas más antiguas -y hace tiempo que el Nadal va cenando- necesitan la especia de la literatura para dar realce a los banquetes. Por celebrarse la noche de la Epifanía, el Nadal goza del privilegio de una climatología que le convierte en una fiesta de peletería fina. Pero también es un pequeño cuadro plástico que evoca de qué manera se sostuvo la cultura en tiempos de silencio.

Aventura arriesgada

Lo de ayer era un pretexto más para que la plutocracia barcelonesa se reencontrara. Muchos de los comensales celebraban el fin del calvario de los Reyes Magos y alguna tortuga ninja asomaba por las solapas. Los entremeses fríos se iban calentando bajo los focos y las voces de Rosa María Mateo y de Jordi Viader retumbaban entre las arañas halógenas del Ritz con la prosodia de los lectores benedictinos en los refectorios monásticos, con la diferencia de que en vez de perderse por los Evangelios nos contaban cuentos de suspense y cuentas de jurados ilustres y sin embargo mudos.

Año tras año esta gente de la Barcelona selecta se reúne en los salones del Ritz con el único objetivo de saber algo antes que los otros. Al comensal que se atreve a levantarse de su pupitre se le espeta sin tapujos: "¿Lo sabe usted?", y el interpelado no bregado en este tipo de rituales suele responder con la mejor intención: "Me parece que es al fondo, a la derecha". Al fin y al cabo, los premios no pueden darse así, desnudos. Los premios hay que vestirlos con multitudes y con cámaras de televisión.

El Nadal es un premio que no tiene perderdores, entre otras cosas porque el ganador debe seguir trabajando. Es un premio barcelonés en todos los sentidos: prudente en su dotación, digno en sus decisiones y con más vocación de enciclopedia que de hit parade. En la literatura española cambian muchas cosas menos ese belén postrero que nos permite navegar una vez al año en el transtlántico felliniano, que es el Ritz, aunque sólo sea para imaginar lo que podría haber sido esta provincia si la burguesía catalana de las últimas décadas hubiera querido elevarla a la condición de metrópoli.

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