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ÓPERA

Calurosa acogida a Plácido Domingo en Bilbao

Bilbao acogió con el caluroso entusiasmo previsto el estreno de la producción de la ópera Otello, encabezada por Plácido Domingo, que había conseguido agotar con ocho meses de antelación las localidades para el espectáculo, con el que se cierra la programación conmemorativa del centenario del teatro Arriaga.

El tenor madrileño ha permanecido ausente de la escena bilbaína desde 1978, año en que cantó para los festivales de la ABAO el doblete Cavalleria rusticana / Pagliacci, aunque hace menos de tres pudo contemplársele representando un papel de más arduo compromiso para el músico, en el que obtiene resultados artísticos a todas luces inferiores: el de director de orquesta entonces frente a la Philharmonia londinense.Domingo, en una de sus creaciones más queridas y logradas, acaparó en la noche del jueves la atención de la asistencia, pero el éxito de este Otello nunca se hubiera redondeado de no contar con las calidades vocales de la pareja que completaba el terceto principal del reparto, formada por el barítono Justino Díaz y la soprano llona Tokody, única, por cierto, en arrancar del auditorio una espontánea ovación -tras su Ave María del último acto-, que rompió el continuo musical de una obra que apenas concede al aficionado incontinente una sola oportunidad para manifestarse. Si es cierto que sobre el personaje protagonista gravita el mayor peso trágico de la partitura, la conciencia de la necesidad de un trabajo colectivo bien ensamblado empieza a materializarse en una plaza operística lastrada durante décadas por importantes carencias, y que da ahora sus primeros pasos hacia algo parecido a la labor cotidiana de un teatro estable.

Solución

La puesta en escena, firmada por Luis Iturri, sigue la línea ya establecida en la casa. Dentro de un enfoque tradicional constituye una solución que aporta claridad y concentración al juego dramático y facilita, los movimientos corales en la medida en que lo permiten las limitadas proporciones del escenario. Unas gigantescas columnas góticas sirven como eje del espacio escénico en los cuatro actos, con la consiguiente, obsesiva unidad. Su ascenso repentino -único golpe de efecto de todo el montaje-, momentos antes de caer de modo definitivo el telón, es para el espectador un alivio visual que llega demasiado tarde.Las representaciones continuarán los próximos días 2 y 5 de diciembre. El teatro municipal no ceja en su empeño de incorporar producciones propias y anuncia su proyecto para una nueva ópera verdiana, Falstaff.

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