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RELIGIÓN

No es función de un Estado laico evitar las relaciones sexuales, dice Diez Alegría

Francesc Valls

Frente a la llamada realizada por Juan Pablo II a los farmacéuticos católicos para que ejerzan la objeción de conciencia en la venta de anticonceptivos y las duras críticas de los obispos españoles contra la campaña gubernamental a favor del uso de preservativos, el teólogo José María Díez Alegría afirma que "no es propio de un Estado no confesional tratar de convencer a los adolescentes para que no tengan relaciones sexuales plenas".

Diez Alegría opina que "de ninguna manera se puede decir que, sean las que sean las circunstancias, el uso de preservativos o anovulatorios es intrínsecamente malo". "El uso de preservativos es un mal menor con respecto a los riesgos de embarazo o de sida", agrega el que fuera profesor en la Universidad Gregoriana de Roma. "SI la publicidad gubernamental animara positivamente a la promiscuidad sexual, la campaña [sobre el uso de condones] sería criticable", asegura. El teólogo matiza asimismo que algunos pueden encontrar elementos de mal gusto en los eslóganes de la campaña. "Pero me hago cargo de que las técnicas publicitarias tienden a simplificar", asegura.Pero si el tema de la campaña no preocupa a Diez Alegría, hay otro asunto en el que en reiteradas ocasiones ha insistido y que es el del respeto a la libertad de conciencia de los creyentes: "En este tema la jerarquía eclesiástiea no es consecuente cuando debe llevarlo a la práctica". "En asuntos de moral, que no son doctrina revelada -lo que se llama ley natural-, la autoridad eclesiástica no tiene poder legislativo, lo que tiene es poder de ensenanza no infalible", dice el teólogo.

Por tanto, a su juicio, "lo prevalente es la conciencia, y el ma gisterio eclesial es para ayudar a la conciencia a ese diálogo". "La moral tradicional ha defendido", añade, "que cuando la conciencia busca la verdad, aunque sea equivocándose, legitima la acción del que obra en conciencia".

La concupiscencia

Díez Alegría afirma que Pío XII aceptó el método Ogino si existían graves riegos para tener hijos. Hasta el concilio Vaticano II se afirmaba que el fin primero del matrimonio era tener hijos, aunque siempre se aceptó, paradójicamente, el matrimonio de estériles. "El fin primero del matrimonio, hasta la llegada del Vaticano II, era tener hijos; el secundario, la mutua ayuda entre los cónyuges y el tercero lo que se denominaba el remedio de la concupiscencia", explica."Con el concilio, la constitución Gaudium et spes asegura que a la esencia del matrimonio corresponde el amor y la paternidad responsable", por tanto, "el fin del matrimonio es la unión entre los esposos", dice. "Queda en el aire, no obstante, cómo se lleva a cabo esa paternidad responsable; la propia encíclica de Pablo VI Humanae vitae [que condena el uso de medios no naturales] mantiene el tema de la paternidad responsable, pero sin medios artificiales", agrega. "Me atrevería a decir, no obstante, que un porcentaje alto de católicos piensa que cuando hay razones suficientes y honestas para limitar el número de hijos se pueden utilizar medios artificiales de contracepción", afirma el teólogo.

Diversos teólogos moralistas han defendido el recurso a los medios anticonceptivo s, a contracorriente de lo que proclama la Iglesia oficial. No obstante, estas opiniones en raras ocasiones son explicitadas públicamente, por temor a que surjan discrepancias o haya sanciones por parte de la jerarquía.

"Nos encontramos en un momento totalitario dentro de la Iglesia en temas de moral, aunque hay personas que sostienen que el uso de anovulatorios no es inmoral", dice. "La presión sobre los profesores de moral es totalitaria, y resulta que a ese nivel es dificil que la gente pueda decir libremente lo que piensa", concluye Díez Alegría.

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