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Tribuna:LAS APARIENCIAS
Tribuna
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Proyectos en ruinas

Antonio Muñoz Molina

El pavimento del parque municipal inaugurado hace dos o tres años tiene grandes resquuebrajaduras que parecen el testimonio de un desastre sísmico. Los globos de las farolas, esas farolas como pilares desnudos de cemento por las que tanta predilección vienen mostrando los arquitectos y las autoridades, fueron rotos a pedradas a los pocos días de instalarse, y el material plástico de los que sobrevivieron intactos ha sido velozmente degradado la intemperie y el sol. Los peldaños de piedra falsa y las placas de mármol falso se van clesprendiendo sin que nadie los arranque, y de las pequeilas fuentes de taza no se recuerda que hayan vertido agua nunca. Los modernos diseñadores de parques, que reprueban con indignación el verde anacrórlico de los macizos y los setos, apenas consintieron que se plarlaran unos pocos árboles, ahora unánimemente tronchados por los depredadores nocturnos. De una estalua alegórica hecha de cemento y demolida con perseverancia a martillazo y pedradas solo queda un arniazón que parece una planta de hierro oxidado crecida sobre, el pedestal vacío. Los ya citados diseñadores no consideraron necesario dotar al parque de bancos ni de zonas de sombra, evitando así el peligro de clae grupos de ancianos ocios malograran la perspectiva de su horizontalidad. Lo que más desconcierta de este lugar, tan habitable como un aparcamiento subterráneo o comolos descampados próximos a un aeropuerto, es la evidencia símultánea de su extrema actualidad y de su fulminante ruina, el contraste entre una obediencia casi histérica a los mandamientos de la moda y las señales de una destrucción que empezó a arrasarlo todo desde el mismo día de la inauguración y los discursos, como si en vez de un parque verdadero se hubiera construido un precario simulacro, un decorado de escayola y cartón piedra para una película barata, una de aquellas aldeas que según dicen levanta el príncipe Poteinkin a la orilla de los caminos por donde debía pasar la carroza apresurada de la emperatriz Catalina de Rusia.Puede que esta decrepitud de lo reciente sea una de las cosas que la realidad ha imitado del juego de apariencias del cine. José Luis Borau cuenta que los interiores lujosos que se ven en las películas de Hollywood no eran copias de viviendas reales, sino espacios inventados por los decoradores que posteriormente imitaron los arquitectos de la realidad. En un libro admirable, Juan Antonio Ramírez explica el destino irónico de las ciudades colosales edificadas en los grandes estudíos, la Babilonia de Griffith, la Tebas de Cecil B, de Mille, la Roma y la Pompeya de las películas de mártires y gladiadores, reconstrucciones insensatas de antiguas ciudades reducidas a escombros que a su vez, en cuanto terminaba el rodaje de la película, iban siendo abatidas por una ruina mucho más veloz, y también incendiadas, enterradas, olvidadas en muy poco tiempo, exhumadas más tarde, como las ruinas de verdad, pero no al cabo de 20 siglos, sino de 10 o 15 años, como si también hubieran sufrido un paso falso del tiempo, una de esas aceleraciones que comprimen vidas enteras en cinco minutos de película.

El paisaje español, escribía Ortega, está poblado de proyectos en ruinas. Audaces arquitecturas de ayer mismo no sólo se vuelven irremediablemente feas, sino que además se resquebrajan y se hunden. Novedades que obtuvieron la satinada celebridad de las revistas en color sucumben a una sórdida devastación que ni siquiera merece que se ocupen de ella la arqueología o la añoranza. La estética del envoltorio abrevia hasta la fugacidad el tránsito del escaparate al cubo de basura. Andy Warhol auguró un porvenir en el que todo el mundo sería famoso durante un cuarto de hora: aproximadamente ésa parece ser también la pervivencia asegurada a cualquier edificio, libro, música o pintura que alcancen entre nosotros el privilegio de la actualidad. Al cabo de 2.000 años, las ruinas de Itálica, el Coliseo de Roma, el arco de Trajano, siguen conmoviéndonos, porque atestiguan con melancolía y orgullo el propósito de perennidad con que fueron edificados, y muestran la tarea destructora del infortunio y del tiempo igual que un rostro ennoblecido y no aniquilado por la vejez. En la cara de alguien que intentó vivir con honestidad y plenitud hay siempre algo de sagrado, como en esas estatuas rotas y mordidas por el salitre, la arena o la barbarie que tanto amó Marguerite Yourcenar: el parque del que estoy hablando, recién inaugurado y ya envilecido por el abandono, no induce más que al sarcasmo, como tantos cuadros de furibunda vanguardia que hasta hace nada era preceptivo admirar y que no sólo se han vuelto más ridículos que los zapatos con plataforma de los años setenta, sino que además se han degradado materialmente hasta desfigurarse, porque quienes los pintaron ignoraban o despreciaban los modestos saberes artesanales que no garantizan la geniafidad, pero sí el brillo y la conservación de los colores. En su última novela, que ha tenido la virtud de entusiasmar a los lectores más fieles y de ganarse el afectuoso desdén de casi todas las lumbreras de la crítica, Juan Marsé sitúa malvadamente la vivienda de su protagonista en un edificio que fue como una basílica y un símbolo de modernidad en la Barcelona de los años sesenta. Ahora el tiempo ha castigado aquella decorativa impostura sometiéndola al escarnio de una decadencia tan cruel como la de los vacuos sueños y consignas que la al¡mentaban: pasillos inhumanos y lóbregos cristales rotos, redes colgadas de los muros para recoger las losetas de cerámica que se van desprendiendo con la misma fatalidad con que se caen en noviembre las hojasde los árboles o se vuelven amarillas y viejas las páginas más rutilantes del periódico.

La actualidadg es precaria, dice Bioy Casares. La devoción inmediata por lo recién aparecido oculta la esclerosis del asombro y la magnitud desesperada del tedio. Los edificios, los libros, las películas, hasta los sentimientos que vemos irrumpir con tanta urgencia y degradarse tan rápidainente a nuestro alrededor no sucumben tan sólo porque estén hechos de manera apresurada y con materiales falsos, síno porque también era falso el tiempo de su concepción. No han surgido del deseo, sino de la vanidad y tal vez de la codicia, no han ido madurando con esa lentitud que impregna la conciencia sin que ella misma se dé cuenta y que propicia de pronto unos segundos de revelación, no han sido mejorados por la paciente y severa voluntad, por esa intuición discipilinada y reflexiva que es tan ni,cesaria para vivir con dignidad como para escribir una novela o modelar una vasija de arcílla, para añadir al mundo objetos o lugares o solamente ectitudes que surjan en el tiempo y se establezcan en él acatando su supremacía y a la vez rebelándose contra ella hasta convertirla en un atributo de la perduración. Suele creerse que lo que distingue a las obras maestras de las invenciones de la. moda es una especie de rigidez inmutable, pero la verdad es exactamente la contraria: los libros, las películas, los edificios, no duran fuera del tiempo ni en los almacenes del pasado, con esa perfección inútil de las estatuas académicas. Están sucediendo siempre, ahora mismo, infatigablemente modificados y usados, solicitándonos con la premura de un presente que no se termina nunca y que nos ofrece la posibilidad continua de volver. Aun desde lejos los vemos alzarse en medio de una desolación de novedades en ruinas.

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