Más que protocolo
CADA VIAJE de los Reyes a Latinoamérica se ha proyectado con considerables consecuencias sobre el trasfondo social y político del país que visitaban. La repercusión era siempre muy superior a lo que puede esperarse del mero protocolo o de la simple amistad.En realidad, don Juan Carlos era siempre portador de un mensaje de libertad -gestado en España por un consenso de todas las fuerzas políticas-, que implicaba a la Corona en el impulso de la democracia en ese continente. Y su actuación era aceptada de buen grado por las gentes de allende los mares, entre las que disfruta de una extraordinaria popularidad. Por ello, nadie se ha atrevido nunca a hablar allá de injerencia en los asuntos internos. Así fue como el Rey pudo levantarse en los banquetes oficiales que le ofrecían los dictadores en Argentina o en Uruguay y hacer vibrantes llamamientos a la libertad, la democracia y los derechos humanos sin que pareciera afectarle el escándalo que producían sus palabras. Lo que es más, su presencia reforzaba y reconfortaba el impulso liberador de las fuerzas democráticas.
Ayer inició una visita a Chile desde otra perspectiva. Se trata igualmente de algo más que de un viaje oficial. En pocos países como en España se han seguido con tanto interés las vicisitudes de la dictadura del general Pinochet y ha producido más alegría el restablecimiento de la democracia, por más que la libertad aún se encuentre tutelada en cierto grado por los militares. Aduciendo el ejemplo de la transición española, don Juan Carlos contribuirá sin duda a reforzar la posición del presidente Aylwin. Seguirá la visita a Paraguay, misteriosa democracia del consuegro del derrocado general Stroessner, en la que se pondrá de relieve la capacidad de los Reyes de adentrarse en las dificultades sociales de un país latinoamericano sin que nadie quiera ofenderse por ello. No tiene otro sentido el deseo de los Reyes por alejarse de los caminos trillados del protocolo para visitar las villas del río Paraguay, pobrísimos asentamientos reconstruidos por los lugareños con ayuda de misioneros españoles y de fondos aportados por la organización española no gubernamental Manos Unidas.
El carácter de estas visitas reales a Latinoamérica, sin embargo, se ha alterado sutilmente a medida que se aproxima la conmemoración del V Centenario. Los rechazos en nombre del indigenismo, cada vez más frecuentes aun cuando muy minoritarios, a esa celebración, y las dudas razonables sobre el sentido global de la colonización española están replanteando muy seriamente el carácter de 1992. Ello no ocurre sólo desde la perspectiva de los latinoamericanos, sino sobre todo desde la de los españoles. Los cuestionamientos críticos que llegan desde el otro lado del Atlántico han obligado a las autoridades españolas a reconsiderar el carácter de la efemérides y a rebajar su tono triunfalista. Tal vez sea eso lo más atractivo de la nueva propuesta que lleva el Rey en su viaje: la celebración en España, en ese año de 1992, de una gran cumbre de jefes de Estado latinoamericanos. La intención no es otra que la de mirar al futuro en lugar de recrearse en el pasado.
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