Moravia, enterrado en Roma con una sencilla ceremonia
Políticos, escritores y artistas asistieron ayer al funeral que presidió su esposa, Carmen Llera
Roma despidió ayer a Alberto Moravia, su hijo natal, con una ceremonia como él la habría escogido: íntima, sin perifollos, austera. Le despidió rodeándole de los amigos de una vida y de sus personas más queridas. Se fue en el mes que él más amaba de su Roma, con la que mantuvo hasta el final una relación de amor y odio, al igual que su mejor amigo, Pier Paolo Passolini. Por eso al final la ciudad se olvidó de él.
Sólo un puñado de gente se acercó al Campidoglio para despedirle. La Roma moraviana le hizo, sin embargo, el regalo de brindarle la primera verdadera jornada de un otoño transparente, como las cantadas por Bertolt Brecht en sus versos Azul de septiembre, un azul tibio e inmaculado, sin mancha. En primera fila se encontraba su esposa, la española Carmen Llera.Despidieron al gran escritor, autor de La Romana, el alcalde de Roma, Franco Carraro, quien recordó que Moravia había sido testigo y fino analista de la ciudad entera, de sus calles, de sus bares, de sus librerías, de sus cines y de sus gentes. Umberto Eco habló, dirigiéndose a Moravia en primera persona, como si estuviera vivo: "Querido Alberto, tú nos has dado de ti una imagen como esculpida en el tiempo, como las estatuas de la isla de Pascua, vivas y siempre enigmáticas", y, con la voz algo quebrada por la emoción, añadió: "Hoy, corremos el riesgo de la simplificación al pensar en tu obra. Te debemos, en cambio, el ancho silencio de la relectura para descubrir una tercera visión en tus novelas que quizás ni tú mismo reconocías".
Ayer le despedían sus amigos como si Moravia se dispusiera únicamente a emprender uno de sus largos viajes. Bernardo Bertolucci rememoró los platos de arroz con achicoria que con tanto gusto saboreaba Moravia en las trattorie romanas durante las largas tertulias nocturnas. Y Enzo Siciliano, otro de sus grandes amigos de toda la vida, subrayó que a Moravia había que seguir recordándole en el presente porque, dijo: "Es el presente lo que compete a todo artista y poeta, como tú, Alberto, lo fuiste y lo sigues siendo".
Y hasta el final, al lado del féretro del escritor, que se iba "para tierras sin retorno" -como escribió con nostalgia en el libro de firmas un romano anónimo, que añadió: "Gracias porque no te vendiste al poder"-, estuvieron ayer a su lado sobre todo las mujeres: las que él había amado y las que le admiraron y estimaron. En primera fila, su última esposa, la española Carmen Llera, con chaqueta azul y falda gris, con el pelo suelto y grandes gafas negras. Fue en esta plaza, diseñada por Miguel Angel del Campidoglio, donde en el invierno de 1986 se dieron cita los dos para casarse. Detrás de Carmen Llera, en un segundo plano, escondiendo las lágrimas, la otra mujer de Moravia, la escritora Dacia Maraini, que convivió con el escritor durante 20 años, hasta que éste se enamoró de Carmen. A su lado, las dos hermanas de Moravia, a las que adoró siempre. Y con ellas, la directora de cine Liliana Cavani, la escritora Natalia Guinzburg, las actrices Laura Betti, Lina Wertmueller, Marina Ripa di Meana, Donatella Raffai, Monica Vitti y muchas otras. Entre los hombres, un poco alejados como para no enturbiar la emoción de las mujeres, se encontraban además de los oradores Carraro, Eco y Siciliano, el socialista Bettino Craxi, el comunista Tortorella, el comisario de la CE, Carlo Ripa di Meana, el poeta Dario Bellezza, el periodista Enzo Gollino y el nonagenario Bompiani, editor de Moravia de toda la vida.
Carmen Llera, que había corrido desde el desierto de Marruecos para dar el último adiós a su esposo, al llegar ante el féretro, apretujando con rabia el billete de avión entre sus manos, en un gesto que traicionaba inconscientemente un sentimiento de culpa por haber llegado tarde, se arrodilló, besó a su marido muerto en la boca, como si estuviera aún vivo, y, con temblor de adolescente enamorada, acarició todo su cuerpo frío, desde la frente hasta los pies, murmurando: "Alberto, Alberto".
El escritor fue enterrado después en el panteón familiar.
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