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38º FESTIVAL DE SAN SEBASTIÁN

La sección oficial ya no está bajo mínimos

Las películas 'Oh, Boris' y 'La semana de la esfinge' apuntan algunos buenos destellos

Como era previsible, ayer subió algunos peldaños la calidad de las películas en concurso. No son la austriaca Oh, Boris, de Niki List, ni la italiana La semana de la esfinge, de Danlele Luchetti, cine excepcional, pero son cine. Mal acabado, a veces torpe y balbuciente, pero cine al fin y al cabo, cosa que no puede decirse de las tres películas inaugurales de San Sebastián 90, todas ellas situadas bajo mínimos. En cualquier caso, la presencia fuera de concurso del magistral y radical filme político Agenda oculta, obra del británico Ken Loach, suaviza sus insuficiencias.

El defecto más grave de Oh, Boris y de La semana de la esfinge hay que buscarlo paradójicamente en su ambición de originalidad. Lo que habitualmente es una virtud, aquí se convierte en defecto. Un defecto, igualmente en forma de paradoja, por exceso.Daniele Luchetti es un director conocido por su anterior largometraje, Ocurrirá mañana, que es de esos que, sin ser enteramente satisfactorio, da lugar a esperanzas fundadas en los pasos futuros de la carrera de este cineasta. La semana de la esfinge es su segundo paso y, después de él, Luchetti sigue siendo, más que una realidad, todavía una esperanza.

Destellos

Hay en la película destellos y ecos de una mirada y de una voz propias, pero sólo eso: destellos y ecos, no auténticas luces y sonidos intransferibles.Luchetti ofrece, más que verdades enteras, pistas de una verdad tras la que anda y todavía no ha encontrado.Pero las peculiaridades de su estilo son lo bastante acusadas para mantener ante él la tensión de espera que se deduce de su manera de organizar los sucesos y los tipos que maneja, que tal vez pecan de excesivamente suyos, de indefinición entre originalidad y extravagancia, cosas que no sólo son distintas sino opuestas. Pero Luchetti tiene tan sólo 30 años, está literalmente en los comienzos de su oficio, y todo indicaque tiene dentro algo que echar fuera, algo que decir y algo que añadir a la rica tradición del cine italiano, hoy prácticamente muda.

El austriaco Niki List es tan sólo cuatro años mayor que su colega italiano. Oh, Boris es su quinto largometraje y, aunque en él se perciben algunos signos de sabiduría, también es perceptible en él que este cineasta continúa aprendiendo su trabajo mientras lo hace.

Cuenta en Oh, Boris una historia sumamente triste, -incluso muy lúgubre, y por tanto muy austriaca. No es fácil contar un asunto así, tan desmesuradamente atroz y sórdido, y a su manera todavía balbuciente List se acerca y casi logra narrarlo, aunque en el tramo final de la película ésta se le va de las manos y pierde casi por completo su vigor inicial.

En efecto, cuando uno espera hora y cuarto para ver aparecer a un personaje en el que se han depositado todos los hilos de la intriga, y este personaje, cuando llega, resulta ser nada o casi nada, la frustración es inevitable. Pero, mientras el tal Boris llega, en la pantalla suceden cosas y a veces cosas serias e inquietantes. No es poco, dada la sequía de cine que, como la de agua, hace estériles y amarillas las otras veces fértiles y verdés riberas del Cantábrico.

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