El pragmático

Si hubiera que condensar la personalidad de Guillermo Brown en una sola palabra, podría ser: pragmatismo. Nadie menos contemplativo que Guillermo, nadie menos dado a los valores derivados de la pasividad y la renuncia.Su máxima es siempre el lema anglosajón por excelencia: do it, hazlo. Cuando se enamora, cuando se lanza a la piratería o decide convertirse en arqueólogo, Guillermo opta invariablemente por el camino más corto. Para él, la señal de que verdaderamente quiere algo es ponerse en acción y no retroceder ante la escabrosidad de los medios que llevan al fin ni tampoco ante las dificultades previsibles o imprevisibles que obstaculizan su propósito.
Quizá fuese oportuno establecer un paralelismo entre Guillermo y otro gran pragmático del humor literario inglés, el Jeeves de P. G. Wodehouse (de cuya saga fue sin duda atenta lectora Richmal Crompton, la autora de Guillermo). Tanto uno como otro son propensos a la intervención contundente para realizar sus objetivos o los de sus protegidos; ambos eligen caminos imaginativos, pero a fin de cuentas eficaces; ninguno de los dos tiene una opinión demasiado elevada de la inteligencia de los seres a los que aprecia, pero no por ello deja de quererlos.
Sobre todo, lo mismo el rey de los proscritos que el eficiente mayordomo se adornan con la capacidad pragmática por excelencia de encontrar y subrayar el lado de triunfo que encierra toda derrota.
Hay dos tipos de humor; uno de ellos, de exultación pragmática, muestra la carcajada de la acción contra rutinarios y vacilantes; el otro, melancólicamente contemplativo, afirma la risa de rutinarios y vacilantes contra la vocación activa.
Al primer género pertenecen las peripecias de Jeeves y Guillermo Brown; al segundo, las de Don Quijote. Es casi inevitable que los primeros sean los héroes de nuestra adolescencia y juventud tal como al segundo lo sentimos próximo en la edad madura...
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