El racismo cotidiano
Muchas cinematografías no pueden competir en el terreno disparatado de los grandes presupuestos, en el que los costes crecen día a día, con la industria de Estados Unidos, aunque lo quisieran, pero sí puede haber una posibilidad real de comparación cuando se trata de contar historias sencillas y de tono cotidiano, como la que nos ofrece Alain Tanner en La mujer de Rose Hill.El gran director suizo ha sido el único representante de su generación (integrada en el grupo de los cinco, entre los que estaban, además de él, realizadores de la talla de Daniel Schinidt o Claude Goretta) que ha sido capaz de mantener una línea regular de trabajo contra viento y marea, pese a las crecientes dificultades que acechan a una cinematografía pequeña y sin demasiada penetración comercial como la suiza, asediada por la abundancia de lenguas y la multiplicidad de culturas.
La mujer de Rose Hill
La femme de Rose Hill. Producción: Alain Tanner y Paulo Branco. Escrita y dirigida por Alain Tanner. Imágenes: Hughes Ryfell. Música: Michel Wintsch. Montaje: Lauren Uhler. Intérpretes: Marle Gandu, Jean-filippe Ecoffey, Dénise Péron. Estreno en Madrid: cine Renoir. V. O.
Tanner ha desarrollado una actividad incansable para evitar el aislamiento y, aunque no todas sus obras tengan la calidad superior a la que nos tiene acostumbrados -al nivel de La salamandra, Jonás, La ciudad blanca o La llama de mi corazón, para entendemos-, sí poseen un entusiasmo renovador y unos deseos de experimentar que constituyen la unica garantía contra el aburrimiento y el cansancio creador.
Alain Tanner es, además, un director de cine preocupado por el lenguaje filinico, capaz de darse cuenta de que las películas no son un simple trasunto argumental de una historia que podría ser relatada mediante una narración literaria o llevada a la escena. Sus filmes muestran, desde el primer al último plano, una preocupación obsesiva por la precisión narrativa y La mujer de Rose Hill no es una excepción, sino todo lo contrario
Choque cultural
En esta ocasión, el nudo del relato está en el choque cultural que vive una mujer de raza negra, proveniente de una isla del Pacífico, con la comunidad suiza de la que forma parte su marido, con el que se ha casado después de mantener correspondencia y de unas cuantas conversaciones. La propuesta del director suizo no se agota, claro está, en el análisis elemental de un cierto racismo cotidiano que aflige a su protagonista, sino en el desmenuzamiento de un clima de relaciones personales en el, que ese recelo difuso aflora continuamente.Lo mejor de La mujer de Rose Hill es el intento de construir un cine europeo maduro, totalmente diferente del tipo de películas que podrían hacer otros cineastas, porque lo que da sentido a la historia no es el dinero ni la magnitud de los elementos que se manejan para elaborarla, sino la hondura de la narración y la manera de observar y registrar la interacción de los personajes. Tanner logra que la cámara no se resigne a una función de mero registro y busca convertirla en un auténtico bisturí que le ayude a mostrar lo que hay debajo de las apariencias elementales.
La mujer de Rose Hill promete más que otorga y, sobre todo, no acierta a transmitir la hondura ni las convicciones de sus personajes con el vigor esperado. Tanner intenta crear una ruptura social, pero no lo consigue, aunque su historia viva más allá de lo que vemos en la pantalla.
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