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SAN SEBASTIÁN DE LOS REYES

Banderillas al alimón

El Soro y Caballero improvisaron en el quinto de la tarde una suerte poco habitual: banderillear al alimón. Ambos unieron sus espaldas y bailaron garbosamente de puntillas mientras daban la vuelta uno en torno al otro con los brazos en alto sosteniendo los rehiletes. De esta guisa se fueron acercando al animal, tan sorprendido como muchos de los espectadores, y clavaron, uno tras otro, con vertiginosa rapidez. Las palmas batían frenéticas y echaban humo cuando esta especie de colleras a pie saludó también al alimón. Fue el momento álgido de sus respectivos numeritos con los palitroques, ora en solitario, lo que desarrollaron ante sus primeros enemigos, ora cuando en la segunda parte del festejo y junto a Niño de la Taurina intercambiaron las alegradoras, como se denominaba antiguamente a las banderillas, que poco tenían que alegrar, dada la falta de celo embestidor de los sosos y mansurrones bichos.

Peñajara / El Soro, Caballero, Niño de la Taurina

Toros de Peñajara, bien presentados, mansos y flojos. El Soro: bajonazo (palmas); estocada baja (oreja).Andrés Caballero: estocada (oreja); dos pinchazos sin soltar y bajonazo (si lencio). Niño de la Taurina: estocada caída (palmas); pinchazo y estocada (palmas). Plaza de San Sebastián de los Reyes, 25 de agosto. Primera de feria. Dos tercios de entrada.

Sin embargo, Niño de la Taurina, que intentó y casi siempre consiguió clavar con mucha verdad y encunándose, fue menos jaleado por jaranosas penas y público en general, más amigo del toreo superficial que de la ortodoxia. En estos ambientes, El Soro es el amo.

Jamás engaña a nadie, pues hace lo que sabe y no presume de figura ni de nada. Se entrega a su manera, dispara sus tracas a base de rodillazos, pendulazos y mantazos mirando al tendido, y se acabó. Poco le importó que le correspondieran los dos animales más noblotes. Él va -a lo suyo y aplica su peculiar tauromaquia, o lo que sea.

Largas cambiadas

El local Caballero no podía defraudar a sus paisanos y también tiró de este repertorio, al que añadió largas cambiadas con el percal. Sus toros fueron los más boyazos y al diestro se le notaron sus escasos festejos, por lo que no acabó de acoplarse con ninguno, pese a su valentía a veces inconsciente. En estos tiempos de coletudos matarifes, especialistas en bajonazos, merece destacarse el estoconazo hasta las cintas que propinó al primero y que animó a sus partidarios a pedirle una festiva oreja. Los dos funos de Niño de la Taurina desarrollaron peligro conforme avanzaba su lidia hasta que se rajaron. El coletudo, al igual que con las banderillas, fue el único de la terna que derrochó clasicismo y autenticidad y se lució en suaves verónicas con ambos. Con la flámula se limitó a algunos bellos apuntes porque los toros se le rajaron enseguida.

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