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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Después del terremoto

AL FINAL, el acuerdo que consagrará el término de la guerra fría en el mundo, y que hará balance de la extraordinaria historia de Europa en el pasado año, no será un solemne documento, sino un tratado meramente formal, firmado para reconocer lo obvio: el derecho de Alemania a vivir unida. En efecto, el 12 de septiembre se reunirá por última vez en Moscú la conferencia dos más cuatro (representantes de las dos Alemanias y de las cuatro potencias ganadoras de la II Guerra Mundial, EE UU, URSS, Reino Unido y Francia) ys uno (la Polonia que hasta ahora temió ser, una vez más, víctima propiciatoria de las reconstrucciones continentales). En la agenda de la reunión se incluirán todos los temas que los hechos anteriores ya se han encargado de resolver en la práctica: Alemania será un solo país independiente y libre del control que sobre su forma y actividades ejercían hasta ahora las cuatro potencias que la derrotaron en la guerra; el país unificado podrá decidir libremente a qué campo estratégico quiere pertenecer y cómo va a resolver las cuestiones internas de la integración, y la frontera entre Alemania y Polonia quedará establecida en la línea de los ríos Oder y Neisse, fijada en 1945.Para despejar el camino del acuerdo se reunieron anteayer en París los ministros de Exteriores de los dos más cuatro más uno. La cita había sido allanada por la concurrencia de tres elementos sucesivos: el 6 de julio, la cumbre de la OTAN manifestaba solemnemente que el Pacto de Varsovia había dejado de ser el enemigo. Como consecuencia de ello, el lunes pasado, el líder soviético, Gorbachov, comunicó al canciller alemán, Kohl, que la URS S aceptaba que una Alemania unida fuera miembro de la alianza estratégica que prefiriera, léase la OTAN, sin cortapisas socialistas, finalmente, un día más tarde, Polonia daba como buenas las garantías alemanas de que se respetaría la frontera entre ambos países.

Han imperado la sensatez y el pragmatismo. Por ejemplo, el Gobierno polaco ha dejado de exigir la firma de un complejo tratado global con Alemania con el que solucionar no sólo las cuestiones fronterizas, sino, también, todos los temas bilaterales. Habrá, por el contrario, un tratado específico sobre la garantía germana de respeto de la frontera del Oder-Neisse, lo que, de paso, al consagrar la inviolabilidad del territorio polaco, resuelve la espinosa cuestión del artículo 23 de la Ley Fundamental de la RFA (el derecho a pedir y obtener la incorporación a la República Federal de Alemania de cualquier territorio considerado alemán), en lo que se refiere a los antiguos territorios de Silesia, Pomerania y Prusia Oriental, hoy parte del Estado polaco. El tratado germano-polaco será incorporado como anejo a las conclusiones de la conferencia dos más cuatro de Moscú. En última instancia, lo verdaderamente significativo de la conferencia de París es que ha cerrado con discreto y eficaz broche la convulsión provocada no hace nueve meses por la caída del muro de Berlín. Después del terremoto, el mapa europeo es irreconocible.

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