Otra vez la soledad del hombre

Uno vende y otro compra: no sabemos qué. A lo largo del texto, estos dos hombres enfrentados a muerte explican que la mercancía es el deseo o los deseos. Están solos en la noche -lo de los campos de algodón es metafórico- y angustiados. Algo encuentran algunos espectadores como de Beckett, de Esperando a Godot. Se puede tomar aquella pieza histórica sólo como hipótesis de comparación. En Godot los dos hombres desolados son cómplices en la espera y hablan con frases cortas y directas, cargadas de humor: el irlandés Beckett escribía un francés del que se había apropiado sin ser suyo. Aquí Godot podría ser el que vende los deseos que no sacian la satisfacción, y el lenguaje es una buena propiedad del autor, afinado en un gran liceo y por las lecturas de los grandes: su utilidad para el juego verbal, para una áspera poesía. Es un encuentro entre dos monologuistas, y cada monólogo es como un ensayo. Salidos de le, misma voz, que es la del autor. Los temas: los comunes que han dominado literariamente nuestro tiempo: incomunicación, soledad, miedo, deseo insatisfecho, vacío y todo lo demás. "Es muy profundo, pero no se puede asimilar", decía un, espectador al terminar la obra: una crítica perfecta desde el punto de vista del público. Lo que se asimila, además, no importa. Está claro que si este texto, con toda su belleza literaria -que el traductor Sergi Belbel persigue incesantemente hasta adherirse al idioma original-, hubiera sido escrito por un autor español, no se hubiese estrenado nunca. La oferta, en esta ocasión, es la de conocer algo más de un autor con fama mundial en los círculos intelectuales.Guillermo Heras lo ha dirigido probablemente con el deseo de añadir espectáculo a lo que tiene poco, y por eso sus dos actores caminan o corren por el cuadrilátero escénico -ideación del boxeo, como en las actitudes del cliente, para señalar el valor teatral del antagonismo- y juegan con sus voces. Es inevitable que Joaquín Hinojosa, por experiencia y sabiduría, esté muy por encima y su personaje quede doblemente valorado. Más moderado en el uso de la voz y la actitud hubiese estado mejor, pero la dirección le hace así. Gabriel Garbisu queda de antagonista, incómodamente colocado en una actitud agazapada, como intrauterina, que correspondería a una guardia de boxeo, y esa obligación, como la necesidad de desafinar la voz paramostrar desesperación, le perjudican. El público aplaude el trabajo, no sin la incomodidad de no verlo claro.