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FERIA DE SAN ISIDRO

Rafael de Paula se niega a matar un toro

Bohórquez / Paula, Vázquez, CámaraCinco toros de Fermín Bohórquez, discretamente presentados (4º, sospechoso de pitones), 1º y 6º mansos con dificultades, resto encastados y nobles; 2º, de Los Bayones, grande, manso y pregonao. Rafael de Paula: se niega a matar el 1º -tres avisos- y le echan el toro al corral (protestas); pinchazo y media estocada caída (bronca); despedido con lluvia de almohadillas. Curro Vázquez: media perpendicular descaradamente baja y estocada corta caída (palmas y pitos), pinchazo y bajonazo (pitos). Fernando Cámara, que tomó la alternativa: bajonazo escandaloso (silencio); pinchazo hondo y cuatro descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 23 de mayo. 131 corrida de feria. Lleno de "no hay billetes".

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Propuesto para sanción

Rafael de Paula se negó a matar su primer toro, como lo oyes. No sólo se negó a matarlo: también a torearlo. Le dio par de capotazos al principio, y ya no se volvió a acercar más. El toro era manso, pregonao y enemigo personal de Rafael de Paula, como Rafael de Paula sabía perfectamente, de manera que se puso digno y mantuvo las distancias. Las distancias que mantuvo del toro nunca fueron menores de 20 metros, mal contados. A lo mejor eran más, pero eso poco importa. El toro estaba en los medios y Rafael de Paula decía a sus peones que se lo llevaran al tercio. Los peones querían, y no podían, por mucho que se esforzaban en mover capotes, vocear ¡je!, pegar zapatillazos en la arena. Debieron de acabar con agujetas en los brazos, ronquera en la garganta y los juanetes encendidos.

El toro pregonao, que en lugar de embestir tiraba tornillazos y pegaba brincos, ya había dado muchos sustos a los peones. Copano fue quien lo pasó peor y, como quien dice, volvió a nacer. Ocurrió que, al poner banderillas, tropezó, cayó, el toro se arrancó dos veces sobre su cuerpo en decúbito, le tiró sendos derrotes espeluznantes y el pitón ni hizo carne ni hizo traje.

Aquel terrorífico incidente haría pensar a Paula que el toro no sólo era enemigo personal suyo, sino también de Copano y de to dos los demás; es decir, el enemigo público número uno. El gentío no pensaba lo mismo y la em prendió a gritos contra el torero Sin embargo, como el matador que no mataba se hacía el sordo, optó por increpar a la presidencia, lo que siempre es un recurso para liberar frustraciones. Y el presidente, que no debía estar para ruidos, ordenó los tres avisos mucho antes del tiempo que prescribe el reglamento. En realidad, le habría dado lo mismo ordenar los tres juntos, porque Rafael de Paula no pensaba acer carse al toro pregonao ni enton ces, ni por la noche, ni al día si guiente, así le tocaran los avisos o el himno de la Infantería. Saca ron los cabestros, y en cuanto el toro pregonao vio la puerta del chiquero abierta se coló por ella, pues eso era lo que había estado queriendo hacer desde que salió. Sólo entonces respiró tranquilo Rafael de Paula y se retiró al burladero a descansar.

En el cuarto aún estuvo peor.

Los toros restantes tuvieron otro son, otro corte, otro aquel. Hubo tres nobles, dos de los cuales correspondieron a Curro Vázquez y resultó que no podía con ellos. Una extraña actuación, la de Curro Vázquez, pues a su primer toro le dobló y le instrumentó trincherillas con torería excelsa; una golosina para degustadores de la más pura tauromaquia. Y, en cambio, cuando se echó la muleta a la izquierda, no podía someter la vibrante embestida. Al quinto le intentó derechazos y perdía terreno. Entre rectificaciones y dudas a Curro Vázquez se le fueron sin torear dos encastados toros.

Peor catadura tenían los de Fernando Cámara -se revolvían, frenaban, punteaban-, a pesar de lo cual estuvo muy valiente y torero. Fernando Cámara ensayó el toreo en su más estricta verdad, sin concesiones a la galería, y por eso sus faenas tuvieron un mérito enorme. El toro difícil demuestra la valía real de un diestro -ese fue el caso-, mientras al toro fácil le da pases todo el mundo.

Bueno, siempre se exagera. Rafael de Paula intentaba dar pases al cuarto toro y cuando le entraba en jurisdicción pegaba un respingo. El toro no tenía ninguna malicia pero a Rafael de Paula no le constaba por escrito. La incapacidad manifiesta de Rafael de Paula para torear encrespó al público aún más que su anterior absentismo, y aguardó al momento oportuno para tomarse venganza. Llegó en ocasión de que Rafael de Paula abandonaba la plaza, protegido por guardias, y consistió en tirarle encima todas las almohadillas que había en el tendido. Unas 20.000.

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