Una mirada distinta
Las versiones en concierto de las óperas favorecen una lectura no habitual de las mismas. Los valores orquestales y de acompañamiento pasan a un primer plano. Se acentúa el carácter de sinfonía con voces. Los cantantes, estáticos, no tienen otro recurso que el de sus voces. Aun así, con ellas deben interpretar.Contaba Leo Nucci que, antes de incorporar su Rigoletto, estudió con detalle las posturas del jorobado para, desde ellas, familiarizarse con la emisión. Cuanto tuvo que ofrecer una versión en concierto del mismo papel, las notas no le salían. Sabine Hass, solista fundamental de este Fidelio, de Beethoven, ofrecido por la Ópera del Estado de Berlín, también buscó la postura más cercana a las representaciones teatrales. Adelantó los hombros y la pierna izquierda, concentró la expresión en las manos; interpretó. He tenido ocasión de verla esta temporada en el mismo personaje en el controvertido montaje de Strehler-Maazel para París y Milán. Su actuación en Madrid fue más encorsetada (no le favorece la ausencia de movimiento), pero puso a lo largo de su intervención los mayores acentos dramáticos, operísticos, teatrales. Su voz no es bella, pero cautivan su temperamento y expresión.
Fidelio
De Beethoven (versión de concierto). Solistas, coro y orquesta de la Opera del Estado de Berlín (RDA). Director: Heinz Fricke. Cielo Grandes Orquestas, Ibermúsica. Madrid, Auditorio Nacional, 19 de abril.
Fidelio es una obra puente entre Mozart y Wagner, entre La flauta mágica y Parsifal para ser más exactos. Hass la proyecta estilísticamente hacia el autor de Tristán e Isolda. Sin embargo, en Fritz Hubner (Rocco) se perciben más los acentos del último Mozart. La diferencia de enfoque lírico hizo atractivo el dúo entre ambos.
Voces potentes
Hubner y el tenor finlandés H. Slukola (Florestan) son voces extensas, potentes. El primero utiliza con contundencia su registro bajo; el segundo llega con gran facilidad a los agudos. Ambos adolecen de depuración en la línea de canto, les falta refinamiento. Lo suplieron con fuerza. Para el veterano Theo Adam (Dresde, 1926), los años no pasan en balde. Su Don Pizarro fue gris, tenue, débil. Mantiene, eso sí, su elegancia vocal. El resto del elenco se mantuvo en un tono discreto.Heinz Fricke llevó la orquesta con más oficio y experiencia que brillantez. La cuerda se mostró más compacta que la madera y el metal (las trompas hicieron alguna pifia).
El coro, dirigido por Ernst Stoy, estuvo excelente tanto en los aspectos sutiles de la escena de los prisioneros del primer acto, como en la vibrante escena final del segundo, donde, con su brío y fogosidad, levantaron la temperatura de la velada. Fueron los grandes triunfadores de un Fidelio interesante y compacto, al que únicamente le faltó un punto de inspiración.
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