Carta a Praga
A Blanka StárkováQuerida amiga y traductora:
Vivo con emoción la transformación política de Checoslovaquia en los últimos meses. En 1968 tuve el privilegio de compartir con ustedes aquella esperanza que se llamó la primavera de Praga, y que, al cabo, fue brutalmente sofocada por los tanques del Pacto de Varsovia. En aquellos días publicaba yo en España un libro con mis impresiones personales sobre aquella experiencia, y al producirse la irrupción de los tanques rusos me apresuré a redactar un anteprólogo en el que expresaba mi convencimiento de que las armas no serían eficaces para matar ideas y que, pasado el tiempo, otros hombres, o tal vez los mismos, recogerían la antorcha de la libertad para instalarla en el país de manera definitiva. Hoy podemos asegurar que mi vaticinio se ha cumplido. Los señores Dubcek y Havel, arropados por el entusiasmo popular, se ocupan estos días de establecer la democracia en Checoslovaquia.
Amo demasiado a su país, a su pasado, a su cultura, para permanecer indiferente ante estas increíbles mutaciones. Voy a decirle más: mi novela Parábola del náufrago, que usted tradujo y ahora va a emitir por Radio Praga, fue fruto de mi dolor al ver cómo era atropellado por la fuerza aquel admirable movimiento del 68. Yo me había desplazado a Praga desde España, había escapado momentáneamente de una dictadura para meterme en otra, la suya, en algunos aspectos más digna y en otros más miserable aún que la española. La doble experiencia me conmocionó; comprobé que buena parte del mundo vivía sojuzgada, y entonces me propuse escribir un libro contra este estado de cosas; contra el hecho de que el hombre, ser pensante y razonador, pudiera ser aplastado por una organización, la que fuese, en pleno siglo XX. Era tan fuerte mi impresión después de visitar Checoslovaquia que aquel libro que escribí, viva aún mi indignación por el atropello, lo dediqué al protagonista del mismo, Jacinto San José, pero registrando su nombre en dos lenguas: el ruso y el español. Aquella decisión mía tenía una intención clara. Yo quería dedicar la obra a todos los oprimidos, a los del Este y a los del Oeste, a las víctimas de las ideas inconmovibles, fuesen éstas de izquierdas o de derechas. No me guiaba una intención política al hacerlo, sino el sentido moral, la defensa del hombre libre, capaz de pensar y de organizar sus propias instituciones.
Ahora me dice usted que aquel libro, pese a la absoluta falta de publicidad y a los recursos difíciles que utilicé para crear una atmósfera de pesadilla, se agotó en Checoslovaquia a las pocas horas de ponerse a la venta. ¿Cómo se enteraron mis amigos checoslovacos de que aquel libro hablaba entre líneas de su tragedia y les iba destinado? Lo ignoro, pero en España aconteció otro tanto. La parábola, si con una construcción oscura, no lo fue tanto como para que los españoles no comprendieran su significado. La dualidad de la dedicatoria: a Jacinto San José, a Giacint Sviatoi losif, subrayó la evidencia. El instinto de autodefensa, las posibilidades de comunicación del hombre amenazado, el afinamiento de su percepción ante el peligro, son realmente admirables.
Ahora el pueblo checo va a asistir a la escenificación de Parábola del náufrago en condiciones muy distintas. La libertad se ha abierto paso en el país. Checoslovaquia se apresta a crearse un futuro humano y estable. Yo quisiera compartir con ustedes este feliz momento histórico que en España ya vivimos hace tres lustros. La conciencia de que somos nosotros mismos quienes vamos a crear nuestra propia suerte genera un sentimiento patriótico confortador, pero al propio tiempo no está exento de responsabilidades. El júbilo del momento no debe impedimos pen sar en ellas. Imaginar que la libertad, sin más, es la panacea que todo lo resuelve podría constituir un error irreparable. Es preciso admitir que también Occidente tiene sus demonios, que la nueva sociedad checa debe intentar corregir. Tal, por ejemplo, la entronización del dinero, de la máxima tanto tienes, tanto vales, hoy en curso en las sociedades capitalistas. La competencia, la confrontación, la agresividad como único camino para triunfar en la vida, con olvido de conceptos éticos muy superiores, como la cooperación y la solidaridad. El peligro de que un capitalismo desbridado, guiado únicamente por la idea de provecho, puede marginar a los seres menos audaces y más débiles. La tentación, en fin, de plantear el desarrollo industrial, al que sin duda el pueblo checo está llamado, sacrificando a la naturaleza, como si ella no fuera el sostén de nuestras vidas, el principio del que el hombre no puede prescindir.
En esta hora de esperanza yo deseo al pueblo checo lo mejor. Mas al trazar las líneas maestras de su futuro yo quisiera que no olvidase aquellas piedras donde el capitalismo tropezó antes, algunas de las cuales he mencionado más arriba. Es cierto que la libertad va a impedirle volver a ser un náufrago en el sentido que yo di a esta palabra, pero debemos tener en cuenta que en los nuevos mares hay otros escollos que también podrían un día hacemos naufragar.
Cordialmente, Miguel Delibes.
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