Escritores del Este debaten en París, por primera vez tras el fin del comunismo, sobre literatura y política
Un centenar de autores centroeuropeos y soviéticos acudieron al Salón del Libro
Dos problemas básicos, la censura y las dificultades para publicar, centraron la mayor parte de los debates sobre la cultura de los países del Este celebrados a lo largo de la pasada semana en París. Entre los participantes hubo quien, como el ruso Andrei Bitov, consideró las ventajas de la autocensura como estímulo para la creación, y hubo también quienes, como el búlgaro Viktor Paskov o el ruso Vladimir Dudintsev, pronunciaron discursos encendidos a favor de la libertad de expresión. Lo estrictamente literario, en cualquier caso, quedó en un segundo término.
Los debates organizados por el Ministerio de Cultura francés pretendían mostrar al público las distintas realidades culturales del Este. Y cumplieron su objetivo, gracias al desfile por el Grand Palais de París de cerca de un centenar de intelectuales y profesionales de la edición.Los intelectuales en cuestión, sin embargo, resultaron ser una selección irregular. En el caso de Hungría, por ejemplo, los cuatro miembros presentes en la mesa -los críticos Gábor Csordás y T.J. Reményi y los autores Péter Balassa y Péter Esterházy- habían jugado de adolescentes en el mismo equipo de fútbol.
Se trataba, por tanto, de una alineación compacta, con el escritor Péter Esteházy como figura jaleada por todos.
"Constato, con pesar", afirmó Balassa, "que tenemos que hablar de política, ya que durante años hemos tenido que luchar contra el mito de que sólo la literatura politizada tenía sentido". "Sólo ahora", añadió, "la literatura ha vencido el muro de la censura". Esta intervención podría resumir la tendencia de todos los debates: para hablar de la literatura de los últimos años en el Este es imprescindible la referencia a la política y a la censura omnipresente.
Esterházy -un curioso aristócrata del Este, con dos libros traducidos al francés y vocación de enfant terrible- insistió en que la censura les ha obligado "a ser acróbatas durante muchos años". "Los lectores", añadió, "estaban hartos de las novelas históricas, aunque todos sabían que cuando hablábamos sobre los turcos queríamos decir los rusos. Ahora estoy tentado de hacer una novela con los rusos de protagonistas, pero refiriéndome en realidad a los turcos". La situación de los años de censura, la resumió Esterházy del siguiente modo: "Antes las definiciones eran claras, por un lado estábamos los malvados comunistas y por el otro los autores y los lectores. A partir de ahora, sin embargo, los autores tendremos que escribir contra el lector". Si los húngaros llegaron con una alineación compacta a París, la Unión Soviética desembarcó con una alineación de lo más variada. La estrella más solicitada era Andrel Bitov -autor de La casa Pushkin, novela de próxima traducción al castellano-. Junto a él, los novelistas VIadimir Makanin, Anatoli Pristavkin, VIadimir Dudintsev, el abjaziano Fazil Iskander y el georgiano Bulat Okudjava.
Pristavkin -autor de El profeta- habló de la autocensura como "una herencia a la que aún estamos atados". "Al fin y al cabo", filosofo, "la autocensura no es tan mala; lo que me inquieta de verdad es la supervivencia de la censura oficial".
VIadimir Dudintsev -autor de la novela de denuncia antiestaliniana Los vestidos blancos- realizó un encendido ataque contra la censura y se arrepintió en público de haber escrito en su juventud dos o tres libros de narraciones por encargo de los dirigentes comunistas.
Andrei Bitov llevó la discusíón a un terreno más intelectual y afirmó que, en su opinión, "la autocensura es absolutamente indispensable, pero no se ha de confundir con la censura oficial. La autocensura es indispensable para la creación del arte, ya que el escritor ha de decidir constantemente qué es lo que dice y qué es lo que calla". Bitov concluyó que, a partir de ahora, aunque vienen tiempos gozosos por la nuevas libertades, se acercan tiempos más difíciles para escribir, ya que los escritores del Este se ven forzados a asumir un protagonismo social al que no pueden renunciar.
Uno de los debates más esperados en el Grand Palais era el que llevaba por título Poderes y literaturas en Checoslovaquia. Bohumil Hrabal era la estrella anunciada. Hrabal, de 76 años, manifestó que él siempre se había autocensurado; había llegado a hacer varias versiones de sus libros y aceptaba las limitaciones oficiales con resignacion. "Sócrates", añadió, "prefirió emigrar a obedecer. Yo, en cambio, preferí quedarme, como Vaclav Havel, que fue a la prisión, pero que ascendió después hasta el castillo como presidente". La sombra de Kundera, escritor checo emigrado a París y ausente del debate, flotaba en el ambiente. El novelista Pavel, Reznicek hizo constar a gritos su desacuerdo con la postura de Hrabal, mientras el ensayista Vaclav Jamek argumentaba: "Es difícil separar poder y literatura, porque durante muchos años, la política y el poder eran omnipresentes en Checoslovaquia".
En otro de los debates, el búlgaro Viktor Paskov precisó cuáles eran los tres tipos de censura que habían tenido que soportar durante años. "En primer lugar", señaló, "todos los manuscritos debían llevar un sello azul de la editorial conforme no había secretos de Estado. En segundo lugar, había una revisión de originales para que el libro estuviera de acuerdo con la línea del partido comunista. La más peligrosa en los últimos cincuenta años era lo que llamamos la policía interior, es decir, la censura que se impone el propio escritor al ponerse a trabajar".
A vueltas con la censura transcurrieron los restantes debates, con argumentos parecidos. Mientras, los editores franceses iban a la caza de autores del Este, una moda que vende, al menos en Francia.
Babelia
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