_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cómo evitar un IV Reich

Cada intento de retrasar la unidad alemana y cada recelo o suspicacia expresados en voz más o menos queda a ambos lados del antiguo telón de acero sobre sus peligros suponen no sólo un desprecio total a las realidades históricas europeas, sino que muy posiblemente contribuirán a potenciar lo que aparentemente se trata de evitar: un resurgimiento del nacionalismo germano.Henry Kissinger, alemán de nacimiento y profundo conocedor del tema, lo acaba de señalar en una intervención en Washington. El antiguo secretario de Estado ha concluido que la unidad alemana es inexorable, y cuanto antes se consiga, mejor para todos.

Levantar fantasmas del pasado, aunque el pasado sea reciente y cruel para muchos países europeos, no puede servir sino para crear en Alemania una mentalidad de sitio parecida a la que vivió la República de Weimar tras las horcas caudinas impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles, causa principal de la ascensión al poder de Hitler y del nacionalsocialismo.

Las elecciones del 18 de marzo en la República Democrática Alemana (RDA) han demostrado muchas cosas, pero, sobre todo, han confirmado que el anhelo de unidad nacional sigue vigente en una de las cunas de la civilización europea como es Alemania. Frente a la teoría de una nación, dos Estados, que durante años configuró el pensamiento de la ostpolitik y la socialdemocracia alemana, los alemanes orientales han escogido de forma abrumadora el reencuentro con su historia común a través de la fórmula una nación, un Estado.

La historia demuestra que, más; pronto o más tarde, todo lo que es artificial, como lo es la división de Alemania, y por extensión la de Europa, acaba por derrumbarse. Y en el caso germano era incomprensible pensar, como muchas cancillerías occidentales y orientales pensaban, que los cinco länder de Prusia iban a elegir voluntariamente una marcha separada a la de sus hermanos alemanes occidentales.

Todos los países tienen en su territorio y en su historia un elemento catalizador de la unidad nacional, que en el caso alemán se llama Prusia; en el de España, Castilla, y en el del Reino Unido, Inglaterra. La amputación de estos territorios de sus naciones-madre sólo puede producirse por medio de un cataclismo, como fue, en el caso de Prusia, la derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial. La prolongación de la división alemana a lo largo de los últimos 45 años sólo ha podido conseguirse mediante la construcción del muro de Berlín y la permanencia en el país de cerca de 400.000 soldados soviéticos. En cuanto el primero ha sido derribado y los vientos de libertad han empezado a soplar en la RDA, el clamor por la einheit (unidad) se ha hecho sentir en todo su territorio, a pesar de que los soldados soviéticos continúan en suelo alemán oriental.

La mejor garantía para los vecinos de una Alemania unida de que no se volverá a producir un nuevo reich es alentar con toda la generosidad posible esa unidad dentro de una Europa comunitaria y de la Alianza Atlántica, únicas organizaciones que por supranacionalidad son capaces de garantizar la estabilidad europea.

Los recelos hacia la unidad alemana expresados con su crudeza habitual por Margaret Thatcher, anclada todavía en los recuerdos de la battle of Britain, y, recientemente en Washington con su desenfado habitual, por el primer ministro italiano, Giulio Andreotti, que parece olvidar que durante cuatro años, entre 1939 y 1943, el Eje corría de Berlín a Roma, sólo pueden contribuir a exacerbar los sentimientos de una todavía exigua ultraderecha alemana.

En la conferencia de prensa ofrecida por el canciller Helmut Kohl tras su entrevista en Camp David con el presidente George Bush el pasado febrero, el jefe del Gobierno alemán sólo perdió la compostura en una ocasión, cuando un periodista norteamericano se permitió dudar de la sinceridad alemana en el tema de la permanencia de una Alemania unida en la OTAN. Kohl, que no es conocido precisamente por un ferviente nacionalismo, saltó como un tigre y le recordó al periodista dos cosas: la primera, que se había jugado su futuro político en 1983 al defender el despliegue en suelo alemán de los proyectiles cruise y Pershing y la segunda, que la República Federal de Alemania se había comportado como un socio modélico de la Comunidad y de la OTAN desde hacía más de cuatro décadas. "Creo", comentó irritado Kohl, "que está usted confundiendo 1945 con 1990".

Con un poderío económico creciente y unas fuerzas armadas cercanas al medio millón de hombres, una Alemania aislada en la Europa central, desligada de la Comunidad y separada de la Alianza podría sentir una vez más tentaciones expansionistas. Por eso no tiene sentido desde el punto de vista de la futura estabilidad europea la pretensión soviética -por cierto, cada vez más tenue- de querer neutralizar a Alemania.

Una neutralización alemana, posibilidad a la que se opone tajantemente Estados Unidos, es una receta segura para la resurrección del viejo nacionalismo alemán y para que el autoritarismo engarzado en el alma germana vuelva de una forma o de otra a manifestarse. De lo que sí hay que cuidarse es de que la unificación alemana -el término reunificación es una invitación a recordar las fronteras de 1937 previas a la anexión nazi de Austria y de los Sudetes- y los cambios dramáticos que se están operando en el este de Europa no den al traste con la fecha clave de 1992.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_