Incomunicados
OtoñoDe Carlos Marqueríe. Música de Andrés Hernández. Intérpretes: Raúl Bode, Andrés Hernández, Mar Navarro, Jesús Rodríguez, Carlos Segovia, Sian Thomas. Dramaturgia y dirección: Carlos Marqueríe. La Tartana Teatro. X Festival Internacional de Teatro. Madrid. Sala Olimpia, 23 de marzo.
De Beckett a Kantor. Beckett, muy citado, para la sensación continua de la espera de algo que no se sabe bien qué es, ni si llegará o no. De Kantor, las maderas humildes, los desfiles con la cruz, las letanías, los movimientos. No son malos ejemplos para imitar, o para refluir. De los dos, un tono de auto sacramental, con su invocación constante a Calderón, y sus citas. En el fondo que se explica, los problemas de la pérdida de identidad, de la incomunicación, de la vida como un combate oscuro. Es una constante en estos espectáculos que podemos llamar de vanguardia. Alguna vez se ha dicho que hoy vale más la contradicción que la coherencia dentro de una misma mente, pero estos autores no se consuelan con estas fragmentaciones, con el no saber a qué atenerse, y sienten la nostalgia de la época del individuo, del in-divisuum, del hombre que no se podía dividir, porque era la unidad perfecta. Aunque fuera la unidad del auto sacramental, impuesta, con sus papeles repartidos. Así es de nostálgico este Otoño de Carlos Marqueríe, lleno de la cultura de los otros desesperados, que sin duda forman la suya propia.
Pretextos
Piensa uno si estos hombres de teatro, abocados a él como quien busca en la Instancia superior de la representación el arreglo del fallo inferior de la vida misma, como lo es Carlos Marqueríe y sus compañeros de La Tartana, terminan encontrando que todo, a partir de la metafísica, y a terminar con la escatología, no es más que un pretexto de teatro, y que el teatro, fin en sí mismo, es una exhibición: como la de los exhibicionistas. Es decir, la reducción de pensamientos, ideas, enfrentamientos o desesperaciones, en espectáculo, y nada más. Todo lo otro es programismo: los papeles, los libros, los textos adjuntos, que han de dar la explicación escrita de lo que teatralmente les es difícil de alcanzar. Y también se duda de si el programismo es una conclusión posterior a lo practicado en los ensayos del escenario o un punto de partida.
En todo caso, este espectáculo está muy bien terminado, muy trabajado. Tiene una música muy sencilla, unas melopeas cantadas, en solo o en grupo, a capella; no hay instrumentos más que uno vago para la percusión de ritmos también primitivos y sencillos, y golpes de algún trasto que se tira a la tarima de madera. Unos trajes no menos simples, con alusiones a vírgenes antiguas a veces, con colores sin mucha mezcla. Los ensayos han debido ser largos y minuciosos para que los actores se muevan a tiempo -y a tempo-, para igualar y afinar bien sus voces, para conseguir un buen conjunto. Y para que digan textos no, fáciles para lo oral. La compañía. y la dirección, con vistas a lo que pretenden, son excelentes.
Este trabajo dura, poco más de una hora y no impresiona demasiado a los espectadores; ni siquiera a los del Festival, ni a los de esta agrupación artístIca. Parece largo. Se premia con los aplausos, justamente, ese esfuerzo, lo bien hecho, la vocación teatral que, sin lo malo o lo peyorativo que puede tener el profesionalismo, no se queda sin embargo en obra de aficionados. Pero no parece que se comprenda demasiado: no comunica.
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