El peligro nacionalista
LOS ACONTECIMIENTOS de Tirgu Mures, en Transilvania, indican que el mayor peligro que amenaza a Europa, en la nueva etapa en la que ha entrado con el hundimiento de los regímenes comunistas, es la exacerbación de los nacionalismos. No puede olvidarse hasta qué punto éstos fueron causa de terribles daños en anteriores etapas de nuestra historia. En las cuatro décadas de dominación soviética, pese a la ideología oficial de un presunto "internacionalismo socialista", no ha progresado la convivencia entre personas de diversas nacionalidades. Las raíces del nacionalismo no han sido superadas, más bien se han fortalecido. Lo que sí ocurría es que, bajo regímenes duramente represivos, se impedía toda expresión de desacuerdo con el poder. Nadie se movía y existía la apariencia de perfecta tranquilidad. Ahora, con la aparición de la libertad, hace falta evitar que el resurgimiento de los anhelos nacionales se traduzca en enfrentamientos.El caso de Tirgu Mures es significativo. Grupos fascistas y nacionalistas rumanos han asaltado el local de la Unión Democrática Húngara (UDH), la organización que representa con plena legalidad los intereses de la minoría húngara. Cabía pensar que con el hundimiento de Ceaucescu cesase la represión contra la minoría húngara. Pero si las nuevas autoridades rumanas han adoptado una actitud más comprensiva, el veneno del nacionalismo, el odio a los húngaros, afecta a sectores del aparato estatal y de la población. Los actos de violencia de Tirgu Mures señalan un peligro que puede extenderse. Cuando la población atraviesa momentos de penuria y turbación cae con particular facilidad en la trampa del nacionalismo, cuando no de un latente fascismo. No se trata sólo de Transilvania. Existen en otros países de Europa minorías nacionales que viven dentro de las fronteras de otro Estado, y la amenaza de choques nacionalistas puede alcanzar otras zonas.
Cabe esperar que, ante la situación que se ha creado, los Gobiernos rumano y húngaro encuentren un lenguaje común. Pero estamos ante un problema que requiere medidas a nivel europeo: no puede quedar al albur de que surjan incomprensiones entre Gobiernos con efectos incontrolables. Una de las funciones que debería asumir una organización europea de tipo confederal -como la propuesta por Mitterrand y recientemente apoyada por Havel- sería la de crear órganos supranacionales de mediación y arbitraje para superar los conflictos generados por las minorías nacionales. Tales órganos pueden ser decisivos para preparar soluciones a largo plazo y, sobre todo, para evitar que colisiones locales degeneren en conflictos de mayor envergadura.
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