Familia ideal
Coincidiendo con un ciclo televisivo dedicado a la figura de Jack Lemmon -¿una variante del llamado "tráfico de influencias" o una casualidad pura?-, se estrena Mi padre, última película protagonizada por Jack Lemmon. En ella Lemmon es un anciano de 82 años que ha vivido dominado por su esposa -Olympia Dukakis-, entregado a un trabajo rutinario que le permitiera mantener dignamente a su familia y con la cabeza entretenida en la evocación de un mundo ideal, soñado, hecho de vida campesina autosuficiente.Un infarto de la esposa y la posterior enfermedad de Lemmon hacen que la familia -dos hijos, un nieto y un yerno- se reúna en torno a los ancianos, descubra lo que es hacerse viejo y, sobre todo, los vínculos de amor que crea el ser transmisores y herederos de un código genético. Lemmon está muy bien, Danson resulta creíble en su papel de ejecutivo desalmado de Wall Street y el resto del reparto actúa con esa convicción que parece reservada a las películas de EE UU. La puesta en escena es pastelera hasta extremos difícilmente imaginables pero los diálogos y las situaciones son, de vez en cuando, veraces e intensos, no en vano juegan con la muerte.
Mi padre
Director y guionista: Gary David Goldberg. Intérpretes: Jack Lemmon, Ted Danson, Olympia Dukakis y Kathy Baker. Música: Jarnes Horner. Fotografía: Jan Klesser. Basada en una novela de William Warthon. Título original: Dad. Estreno en cine Vaguada M-2.
El retrato robot de la familia que, al final, se deriva de la película es una acumulación de tópicos liberales sobre el matriarcado y la sociedad estadounidense: abuelos conservadores, siendo ella más intolerante y activa que él; padres separados, obsesionados por el dinero y el trabajo, la forma física y los ordenadores, con la posibilidad de que uno de los matrimonios haya incoporado a la familia un chicano que la abuela tolera malamente; nieto con pendiente en la oreja, sexualidad deshinibida, añorante de la vida familiar y que mantiene una actitud agresiva y distante respecto a los padres divorciados.
Todo esto se completa con algunas pinceladas sobre la insesatez del mundo del dinero, una crítica contra la medicina deshumanizada en la que el personaje positivo es un doctor de color que sabe infringir los reglamentos cuando el estado anímico del paciente o de los familiares lo aconseja, y cuatro chistes sobre la conveniencia de abrirse a las culturas foráneas.
Mi padre, como El club de los poetas muertos, corresponde al nuevo rearme liberal del cine de los EE UU, una resurrección de los valores individuales y privados, de las pequeñas causas y algunas grandes palabras. Nada que objetar excepto que a esu autor se le ha ido un tanto la mano y ha puesto demasiado azúcar en el pastel.
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