El gran testigo
Es muy posible que la idea de esta exposición que sobre su vida y obra se abre ahora en la Biblioteca Nacional haya perturbado bastante a Francisco Ayala, tan discreto como riguroso, tan poco amigo de festejos, celebraciones y mojigangas públicas. Hace poco más de un mes, cuando Adolfo Marsillach puso en escena su magistral adaptación de El vergonzoso en palacio, de Tirso de Molina, Ayala asistió casi a regañadientes, semioculto en un palco, molesto al verse objeto de atención pública.No le gustan los espectáculos, ni ser mirado. Al respecto, cabría recordar su espléndido estudio sobre Calderón incluido en su voluminoso y reciente libro Las plumas del fénix (Alianza, 1989), donde glosa aquellos dos célebres y superconcentrados versos de Segismundo al descubrir que alguien le está observando. Segismundo se enfada y explica su enfado: "Porque no sepas que sé / que sabes flaquezas mías". Cuatro acciones en nueve palabras, "en lanzadera", dice Ayala, es desde luego demasiado. Y no porque le descubran flaquezas, como la que Estela Canto relata de Jorge Luis Borges que envidiaba la galanura a su amigo Francisco Ayala (Borges a contraluz, Espasa Calpe, 1989) sino porque no sepamos los mirones que él mismo sabe el alcance y calidad de nuestras propias miradas. El colmo.
A sus 84 años, Ayala está más presente que nunca, su inteligencia se ha aguzado todavía más, y otra vez se ve obligado a resignarse ante el reconocimiento a su obra cuyo rigor y calidad hace que nos siga pareciendo siempre escasa. Riguroso y medido, discreto e implacable, profundo, tierno, satírico, repleto de sabiduría y humor, hace 65 años que escribe de todo, novelas, relatos, tratados, memorias... Tras sus triunfos juveniles, padeció exilio, regresó lo antes que pudo, triunfó al final -Premio Nacional de Literatura, ingreso en la Real Academia, Premio de las Letras Españolas y sigue ahí con los ojos y la mente más abiertos que nunca y el talante tan joven como su talento. Es uno de los últimos humanistas, un testigo excepcional y un maestro del idioma. Que no cese.
Babelia
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