La economía de la paz
Para el articulista ninguna fórmula de desarme conseguirá imponerse, salvo que los países se sientan satisfechos con otros métodos de seguridad. Otro factor importante para la estabilidad pacífica es que los organismos internacionales impongan de forma efectiva un código de conducta. Las Naciones Unidas, 45 años después de su creación, aún no ha conseguido ver cumplido su documento originario en lo referente a la no intervención. Panamá es la prueba.
¿Puede el mundo ajustarse, realmente, a un sistema económico que no se base por más tiempo en el enfrentamiento militar? ¿Puede emplearse el dividendo de la paz para financiar el desarrollo y hacer frente a la pobreza mundial?En los últimos meses han surgido nuevas posibilidades a una velocidad tal que todos nos hemos visto sorprendidos. Los creyentes de la política del poder han quedado desconcertados con el colapso de las dicta duras, circunstancia que nunca imaginaron.
Los que luchan por un mundo mejor -quienes apoyan el desarme, los lobbies de la paz, los expertos, en desarrollo- llevan 40 años llamando a una puerta cerrada, que ahora, de pronto, parece haberse abierto de par en par.
De repente se enfrentan a unas perspectivas muy emocionantes, pero también a unos problemas prácticos harto difíciles de resolver. ¿Cómo van a desarmarse las superpotencias sin que ello suponga un retroceso y sin originar un enorme desempleo? ¿Podrían persuadir a los fabricantes de armas del Tercer Mundo y a los compradores para que siguieran el ejemplo?
Los problemas salieron a la luz de forma repentina en la conferencia sobre la economía de la paz, patrocinada por la mesa redonda Norte-Sur, que tuvo lugar en Costa Rica los días 4 y 5 de enero. Además, el escenario era conmovedor: Costa Rica es el único país que no cuenta con un Ejército propio y cuyo presidente ganó el Premio Nobel de la Paz hace dos años; aunque, por otra parte, sea vecino de Panamá, país que ha sido testigo de las espantosas limitaciones de la nueva era de paz.
El más elocuente de cuantos propusieron un nuevo sistema mundial fue Robert McNamara, que formó parte de la historia de la guerra fría: como antiguo secretario de Defensa, controló la máquina de guerra norteamericana en Vietnam, y más tarde pasó a ocupar el cargo de presidente del Banco Mundial. "Durante la mayor parte de aquellos 40 años, la guerra fría fue prácticamente el único cimiento de la política exterior norteamericana", dijo McNamara en la conferencia. "Ahora, una vez concluida la guerra fría, debemos adoptar una nueva visión respecto al mundo". Insistió en que ahora el mundo debía evitar la política de poder tradicional y crear un nuevo sistema de seguridad colectiva, de acuerdo con la Carta Atlántica, concebida en 1941.
Compartir los problemas
El delegado ruso estuvo de acuerdo con casi todo lo que dijo McNamara; pero expuso las enormes dificultades que supondría convertir las fábricas de armamento rusas en factorías de productos para la paz. Los fabricantes de armas rusos han sido una élite privilegiada que no desea integrarse en la industria común.
Claramente, los soviéticos parecen dispuestos a compartir los problemas con el resto del mundo. El próximo verano serán los anfitriones de una conferencia mundial sobre conversión industrial que tendrá lugar en Moscú. Pero saben muy bien que la actual distensión es frágil en ambas partes: "El águila no es un ave exclusivamente norteamericana".
Por parte estadounidense existen pruebas claras de que se está restringiendo la industria de defensa en busca de productos alternativos. Desde el inicio de la distensión han descendido los precios de las acciones de muchas empresas de armamento, y este mes, la empresa Ford anunció que iba a vender su división de productos para la defensa. Pero los norteamericanos, a_diferencia de los rusos, se enfrentan al problema de la saturación de productos para el consumo.
Mientras tanto, los países del Tercer Mundo están incrementando el comercio de armas, bien como exportadores mayoristas -Brasil y China- o bien como importadores, a la cabeza de los cuales se encuentra Oriente Próximo. Inevitablemente, los fabricantes de armas del Norte buscarán más clientes tercermundistas que les compensen por las ventas que no podrán realizar.
Pero los países desarrollados ya no podrán culpar a las superpotencias de su propia militarización ni por las enormes adquisiciones de armamento. "Fíjense en lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos", dijo Mahbub al Haq, senador y antiguo ministro de Economía de Pakistán. En las últimas tres décadas, señaló, el Tercer Mundo ha incrementado sus gastos militares a una velocidad tres veces mayor que los países ricos.
¿Cuál es la perspectiva realista que implica el cambio en las prioridades del mundo? La urgencia es obvia, y no sólo para conseguir el desarme, sino también para lograr la enorme financiación que será preciso utilizar en la reconstrucción de Europa del Este y de la propia Unión Soviética, dejando al margen las necesidades de América Latina y África.
Armas y poder
Pero detrás de los problemas prácticos que supone transformar las fábricas y refrenar las ventas de armamento se esconde la necesidad más profunda de cambiar la psicología política, tanto de las superpotencias como del Tercer Mundo. Para la mayoría de los países, las armas siempre han estado estrechamente asociadas con la condición social y el poder y, por encima de todo, con la sensación de seguridad interna.
Ninguna fórmula mundial de desarme conseguirá triunfar durante mucho tiempo, a menos que los países se sientan satisfechos con otros métodos de seguridad y a no ser que los organismos internacionales impongan de forma efectiva un código de conducta. Después de 45 años, las Naciones Unidas todavía tienen un largo camino por recorrer para conseguir que su propia carta original, que incluye la no-intervención, sea puesta en vigor; Panamá es el vivo ejemplo de ello.
Cualquier sistema mundial de paz deberá ir respaldado por una política de poder realista y por unos fuertes incentivos económicos. Y cualquier trato mundial tendrá que incluir a los dos países que están en mejor posición de ofrecer recompensas económicas: República Federal de Alemania y Japón, dos naciones que han logrado el poder económico que poseen sin contar con una importante industria de armamento.
Posiblemente a la RFA le preocupe durante varios años su propio patio europeo, incluida su relación con la Alemania del Este. Pero Japón tiene mayor libertad -e incentivo- para alejar al mundo de las prioridades militares, porque necesita expandir su propia se guridad sin contar con ejércitos en el extranjero y porque además tiene un superávit con el que puede alcanzar acuerdos de importantes repercusiones. La base del nuevo orden mundial es claramente perceptible, como lo fue cuando se establecieron las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial. Las dos superpotencias militares tienen la misma necesidad urgente de recortar sus arsenales; mientras que las nuevas superpotencias económicas tienen un enorme interés en ayudar a desmilitarizar otros países con su propia ayuda extranjera como método de presión.
Pero una visión de esta índole no se hará realidad por medio de la diplomacia existente. Precisará mucha más imaginación política y fuerza de voluntad de la que ha demostrado tener hasta ahora. Y requerirá que los países capitalistas cuenten con un liderazgo tan valiente como el de Mijail Gorbachov.
Traducción: Carínen Viamonte
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