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Las clínicas de Barcelona concertadas con la Administración rechazan aceptar enfermos de SIDA

Milagros Pérez Oliva

Ninguna de las asistentes sociales de los cuatro grandes hospitales que atienden al mayor contingente de enfermos de SIDA de Barcelona ha logrado ingresar a alguno de estos pacientes en las clínicas privadas de primer nivel concertadas con la Seguridad Social para atender precisamente a los enfermos crónicos y terminales que les envíen los grandes hospitales. Las clínicas concertadas se niegan a aceptar enfermos de SIDA alegando que no tienen las condiciones adecuadas para ello, excusa que tanto las asistentes sociales como los comités de ayuda a los afectados consideran inaceptable. Esta situación provoca que muchos enfermos de SIDA vivan la última etapa de la enfermedad en condiciones absolutamente infrahumanas.

Las asistentes sociales de los grandes hospitales llevan varios años estrellándose contra el mismo muro y, a pesar de sus reiterados requerimientos al Departamento de Sanidad, el problema sigue sin solucionarse. "El drama se plantea cuando el hospital de tercer nivel ya ha hecho todo lo que se puede hacer por un enfermo del SIDA y no tiene justificación, por tanto, que permanezca ingresado, porque faltan camas para otros enfermos y los cuidados que necesita son precisamente los que debe proporcionar una clínica de primer nivel. Nunca, a pesar de todos mis esfuerzos, he logrado ingresar a un enfermo en una de estas clínicas concertadas. Se niegan rotundamente a aceptarlos", afirma Carme Bosch, asistente social de la ciudad sanitaria de Valle de Hebrón.El SIDA afecta en Cataluña a 160 habitantes por millón. Es la comunidad más dañada después del País Vasco. En España, se han contabilizado 3.965 casos de enfermos de SIDA desde que comenzó la epidemia. De ellos, 1396 han fallecido ya.

Exactamente las mismas palabras pronuncian sus compañeras del resto de hospitales. "El peregrinaje a través de los clínicas termina siempre con la misma negativa: 'No tengo cama' o 'No estamos preparados para atenderlo", afirma María Teresa Silgado, asistente social del hospital Clínico y miembro del Comité Ciudadano Anti-SIDA de Barcelona.

Larga agonía

La coincidencia en este relato de impotencias es total: "Es desesperante no encontrar ningún centro para ellos y saber además que no hay nada previsto al respecto", afirma Montserrat Roig, asistente social del hospital del Mar. Muchos de estos enfermos permanecen meses ocupando una cama destinada a enfermos agudos cuando deberían estar en un hospital de cuidados de primer nivel. Y eso es lo mejor que puede pasarles. Porque muchos otros enfermos son dados de alta cuando todavía pueden valerse por sí mismos, pero su estado se deteriora rápidamente y entonces ya no tienen dónde ingresar, porque su patología tampoco justifica un internamiento indefinido en un hospital de agudos.

De modo que tienen que vivir su larga agonía en condiciones indignas y sin los mínimos cuidados sanitarios, a pesar de que la mayoría de ellos posee una cartilla de la Seguridad Social o, si no es así, dispone al menos de una cartilla. de beneficencia. "Tenemos decenas de enfermos en esta situación", afirma Raúl Atzarini, portavoz de la Comisión Ciudadana Anti-SIDA de Cataluña. "Los hospitales de agudos sufren una gran presión asistencial y cada vez son más estrictos en los criterios de ingreso y de alta de los enfermos, de modo que el problema es cada vez más angustioso", añade.

"Hace tiempo que ya no pedimos ningún traslado a una clínica concertada, porque es inútil", explica la asistente social de Sant Pau Pilar Pascual. "De modo que si no tienen a dónde ir, se quedan en el hospital. Pero, evidentemente, ésta no es una solución, porque esa cama es necesaria para otros enfermos que precisan la atención de agudos que ellos ya han recibido". Incluso desde el punto de vista económico, que tanto preocupa a los gestores de la sanidad, la situación es insostenible, porque una cama de agudos cuesta entre 20.000 y 30.000 pesetas diarias, mientras que una cama de primer nivel, que es la que ellos necesitan, cuesta no más de 5.000 pesetas.

Las asociaciones de ayuda a los enfermos del SIDA consideran que la Generalitat debería exigir a las clínicas concertadas el ingreso de estos enfermos, puesto que se financian con fondos públicos.

Las clínicas de Sant Gervasi, Barceloneta, Figuerola Pera, Sant Pere Clavé, Provenga, Carmelitana, Oliver Gomá, hospital Evangélico, Carmen, Guadalupe, Sant Andreu y Delfos, entre otras, están concertadas por la Seguridad Social precisamente para acoger a enfermos que precisan asistencia de primer nivel, y en ningún momento se ha excluido a los del SIDA, porque se ha tenido especial cuidado en no segregarlos.

Negativa tajante

A pesar de ello, su negativa es tajante, en algunos casos alegando que no están preparadas para atenderlos. "Desde el punto de vista médico y asistencial, esta argumentación no tiene ninguna justificación, porque si no tienen condiciones para los enfermos del SIDA tampoco las tienen para los demás", afirma el director del Programa del SIDA de la Generalitat de Cataluña, Andreu Segura.

La atención sanitaria y social de los afectados es competencia del programa Vida als anys. El director general de Ordenación y Planificación Sanitaria, Josep Maria Bosch Banyeres, a cuyo departamento se adscribe el programa, reconoce la gravedad del problema. "Estamos intentando solucionarlo", ha declarado a este diario. Las asistentes sociales replican e insisten: "Llevan años diciendo esto".

En el más absoluto abandono

Son sólo dos de los muchos ejemplos que podrían citarse en una crónica de lamentos sin fin. El primero es uno de los enfermos afectados del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) por los que Carme Bosch se desvivió para tratar de lograr una clínica donde ingresarlo. No lo consiguió, de modo que murió en el hospital de agudos, pero antes vivió una larga y penosa agonía en una vivienda sin las mínimas condiciones y al cuidado de una anciana de 80 años que apenas podía sostenerse.Su mujer había muerto poco antes, también del SIDA, con el último hijo que habían engendrado. De modo que el trago más amargo de la enfermedad lo pasó solo, con la única ayuda de una anciana también desvalida y la desesperación de ver a sus otros hijos, tres criaturas de siete, cinco y cuatro años, tan abandonados como él.

Ángel López Vera, de 32 años, también pasó este calvario, en su caso sin ningún familiar a su lado. De nada sirvieron las reiteradas peticiones de la asistente social María Teresa Silgado para que fuese ingresado en una clínica.

Y si no murió en la calle fue gracias a la ayuda de un voluntario que consiguió una plaza en una pensión del casco antiguo después de peregrinar por todas las clínicas de Barcelona para encontrar una plaza sin conseguirlo. Ángel López vio cómo avanzaba hacia la muerte recluido en una habitación en la que no tenía siquiera agua corriente con la que lavar los vómitos e inmundicias que salían de su cuerpo. En estas condiciones vivió la larga agonía, hasta que el voluntario que le cuidaba logró que le ingresaran en un hospital de agudos, apenas dos días antes de expirar.

Entorno deteriorado

El problema es que la mayoría de los enfermos del SIDA son drogadictos sin familia o con un entorno familiar tan deteriorado que no puede acogerle. "A veces, cuando reciben el alta del hospital, el único sitio al que pueden ir es a una pensión, pero esta salida es siempre temporal, mientras ellos se valgan por sí mismos, porque, si no se valen, ya no tienen dónde ir", afirma Montserrat Roig.

Sólo algunos afortunados logran pasar sus últimas semanas o meses de vida en un hospital destinado a enfermos agudos. "Pero los cuidados que ofrece un hospital de agudos no son los más adecuados para la fase terminal de la enfermedad, en la que necesitan más cuidados de tipo humano y asistencial que de alta tecnología", afirma Roig.

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