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La ley del olvido

En nuestra historia latinoamericana, la problemática de la memoria y el olvido de los aconteceres políticos constituye no solamente un problema ético, sino también un abordaje de acción política concreta. Recuerdo y olvido son ambos estrategias políticas diferentes. Diferentes estrategias de lucha.No se trata entonces, en un caso, sólo de recordar para no volver a repetir una historia del pasado político. Se trata también de vislumbrar y localizar que en la misma disociación de la memoria, o en esa particular falla ética, en esa misma textura de complicidad, están también inscritas las faltas que servirán de sostén para la construcción de nuevos sistemas represivos.

El recuerdo se convierte entonces en arma concreta de lucha política, porque se trata, nada más y nada menos, que de re-pensar que en esta malla del olvido están esbozadas las nuevas programaciones de dispositivos de control social.

Las Madres de la Plaza de Mayo, cuando denuncian la desaparición de sus hijos, están desvelando y denunciando al mismo tiempo la construcción de nuevas maquinarias fascistas que se están gestando. Es un problema de responsabilidad histórica, de dos saberes 'en pugna. No hay distraídos. El olvido forma parte necesaria de una de las condiciones para la producción de un tipo de subjetividad que fabrica complicidad permisiva y que permite la construcción de nuevas máquinas de guerra, a veces desembozadamente represivas, y otras, formando parte de una maquinaria cada vez más sutil del control social.

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Recordar, en cambio, es ejercer estrategias de acción para la denuncia y desarme de esas mismas maquinarias. No es un problema de psicología social. Es un problema de tácticas y estrategias de acción política. Porque no se trata sólo de recordar el pasado. Se trata de denunciar el futuro represivo que se avecina con sus nuevas máquinas en gestación. No nos olvidemos de que las dictaduras reprimen y las democracias facilitan en cambio mecanismos productores de disociaciones y fabrican las condiciones para la producción de subjetividad, de identidades fragmentadas y de éticas fracturadas.

Durante la dictadura predominó en Argentina un tipo de producción de subjetividad que facilitó la interiorización de la violencia diaria como odio, como normal y cotidiana. Esto permitió la complicidad de un gran sector de la población con el terrorismo de Estado, a través de una complacencia con los asesinatos diarios. Hoy, en cambio, se dan las condiciones de producción de subjetividad para la creación de individuos con una adherencia permanente al poder presente. Que no pueden mirar al pasado, porque mirar al pasado es verse reflejados en espejos de identidades fracturadas, donde se hace imposible reconocerse. Es una visión terrorífica, un gran caleidoscopio como fábrica de identidades parciales, coyunturales y esquizofrénicas.

Hoy predomina en nuestro país este tipo de creación de subjetividades. Maquinaria de fabricación del olvido y del perdón. Textura de grandes complicidades. De silencios vergonzantes. Ayer, la denuncia clamorosa de la gran tortura. Hoy, el perdón amable y lisonjero. El perdón dulzón. La ambigüedad instalada como modelo reinante. El olvido de los militantes muertos y asesinados.

Pero esta fabricación del olvido y del perdón no es sólo una falla ética de la democracia. Es una nueva derecha que se instala coyunturalmente con modernidad y con rostridad. Es el vargasllosismo como el centro político de la nueva versión moderna del imperialismo. Es el Collor brasileño. Pero esta nueva derecha necesita para su función la creación de condiciones de subjetividad que faciliten la fragmentación de la memoria. Porque se ha perdido la razón de ser de su identidad. Su sentido. Su historia. Sus enemigos de ayer son los aliados de hoy. No es que se haya olvidado su historia, simplemente la ha disociado, la ha dejado de lado. Maquinaria del gran poder y perdón del presente gesta individuos sin historia y sin memoria. Y, lo que es peor, sin ética.

La ambigüedad genera el todo vale. Uno de los personajes de mi obra de teatro Pablo, escrita en 1984, expresa este problema de la siguiente manera: "Mi pasado no existe, mi pasado es de los otros. No es mío, no me pertenece. Sin pasado no se traiciona a nadie, ningún amigo mío puede sentirse traicionado por mí hoy, porque yo no me reconozco cuando hablan de mi pasado. Ayer no existí. Lo importante es vivir al día. Sólo recuerdo el hoy".

En esta democracia aparecen formas de subjetividad que recrean las maquinarias de individuos y victorias, trama social que, insistimos, facilita la creación de nuevos y más avanzados aparatos represivos frente a los posibles futuros problemas de estallidos sociales. Y, lo que es peor, que los torturadores libres de hoy podrían convertirse en el brazo armado de estas nuevas maquinarias represoras.

Pero cuando ese poder comienza a operar la fábrica siniestra del olvido y de la complicidad civil, aparecen en cambio otros discursos laterales, como el de las Madres de Plaza de Mayo o el de las organizaciones defensoras de los derechos humanos y los partidos políticos de oposición, que surgen para neutralizarlo, para prevenir y perseguir en todos sus intersticios. No sólo se habla de los desaparecidos, sino también de los silencios cómplices y de las éticas fracturadas. Es un discurso que permite recuperar la historia y no olvidar aquello que desea ser olvidado por la mayoría silenciosa, verdadera artífice y constructora de las represiones y dictaduras de siempre, protagonista invisible de la colaboración diaria.

Rutina del silencio diario. Ejército de la gran complicidad. El clamoreo de las Madres desenmascara todo. Porque no hay dictadura ni ejército de ocupación que tenga éxito si no cuenta con el beneplácito de esa mayoría silenciosa que construye con su permiso la obviedad del terror cotidiano, del asesinato y de las desapariciones diarias. Por eso el discurso del recuerdo mantiene su validez en esa presencia constante. Porque es el grito desgarrador de la denuncia del gran genocidio. Cuando las Madres hablan, liberan en cadena otros discursos oprimidos. Actúan multiplicando éticas.

El saber de las Madres golpea justo en el lugar donde el poder vacila, porque habla de lo innombrable, denuncia máquinas represoras del futuro. El discurso del recuerdo es un saber marginal, incapaz de unanimidad, y debe su fuerza a la forma con que enfrenta la ignominia de la gran maquinaria del olvido. Desconoce pactos. No especula. No pide prestado. Allí se hace invencible. Arriesga siempre todo frente a un poder que pactando siempre teme perder algo. Mientras exista en Argentina la ronda de los jueves de las Madres de la Plaza de Mayo, la mayoría silenciosa no podrá trabajar tranquila en la rutina de la gran complicidad, porque esa ronda es un gesto permanente de denuncia.

Olvido y memoria, dos estrategias en pugna donde se juega el saber histórico de la lucha. Y en esa disputa del saber histórico se está jugando el destino, la identidad y el proyecto de nuestra sociedad civil.

Eduardo Pavlovsky es médico psicoanalista, escritor, actor y político argentino. Fundador del Movimiento Psicodramático Latinoamericano.

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