La última Yocasta
La mujer ya estaba muerta desde días atrás. Sólo sobrevivía. Como sobrevivía también, pero no desde hace días, sino desde hace décadas, la actriz.Silvana Mangano, aunque murió con menos de 60 años, era hasta ayer la reliquia viviente de un cine del pasado. Un gran cine, pues provenía desde muy joven (tenía 16 años cuando inició su carrera, a finales de los años cuarenta) de la gran corriente neorrealista que volvió del revés la historia del cine europeo tras la II Guerra Mundial.
Pero no fue en el neorrealismo puro donde el rostro de Silvana Mangano alcanzó el pasaporte a la inmortalidad, sino en una incatalogable y poderosa derivación poética de aquel movimiento, la ideada verso a verso e imagen a imagen por el genio de Pier Paolo Pasolini, cuya muerte dejó desiertas las pantallas de Italia y del mundo y vació de plenitud a muchos de quienes la alcanzaron con él, entre ellos Silvana Mangano.
En 1967, casi 20 años después de los comienzos de su carrera, Silvana Mangano alcanzó el punto sin retorno de su tarea con la creación de una formidable Yocasta en el Edipo rey pasoliniano. Su rostro tallado en suave piedra sobrevive desde allí a toda forma de muerte.
En las desérticas colinas marroquíes donde encendió la mirada de pedernal ofendido de la madre amante de Edipo, la actriz alcanzó esa existencia sin muerte que sólo poseen las estatuas griegas.
Pasolini lo intuyó cuando dijo de ella que era "un tótem de topacios afilados y duro color, una mujer de piedras". Sobrevivirá desde entonces, y para siempre, Silvana Mangano, muerta ayer en una clínica de Madrid.
El recuerdo de su singular e incluso rara belleza es ahora un frágil legado sentimental de la vieja gente europea. Pero el talento de quien supo ser la última Yocasta, y que le permitió hacerse dueña de muchas imágenes de Muerte en Venecia sin pronunciar en ellas ni una sola palabra audible, es patrimonio de todos, un asunto sin fronteras de tiempo y de espacio.
Babelia
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