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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El destino de Europa

LOS CAMBIOS vertiginosos que vive la Europa oriental han otorgado a la cumbre de la Comunidad Europea (CE) de Estrasburgo una relevancia añadida. Algunos comentarios incómodos dan la impresión de lamentar estos acontecimientos porque trastocan los planes anteriores de consolidación de la CE. Tales actitudes olvidan lo esencial: el sentido profundo de lo que está ocurriendo es la incorporación de los países del Este europeo a los ideales de la democracia, que están en la base de la CE; el fin de la división casi militar que ha troceado Europa en dos; y, en definitiva, la aparición de un horizonte de paz y cooperación. ¿Cómo no situar en primer plano la imperiosa necesidad de apoyar el trascendental cambio histórico, a pesar de las repercusiones no siempre favorables que pueda tener para el proceso interno de la CE?Tal ha sido el sentido de las resoluciones de la cumbre de Estrasburgo, no sin haber superado serias dificultades, y no tanto en el asunto concreto de la ayuda a los países del Este -hubo un acuerdo general para crear un banco encargado de respaldar en el plano financiero esa política, y asimismo para incrementar las asistencias, extendiéndolas a la RDA, Checoslovaquia y la URSS- El gran desafío al que ha tenido que hacer frente la cumbre de Estrasburgo ha sido el de su propia consolidación. La alternativa consistía en si ante los cambios en el Este convenía esperar -retrasar los pasos previstos hacia la unión económica y monetaria- o, por el contrario, seguir adelante. No era una sorpresa -ni tenía consecuencias excesivamente graves- que Margaret Thatcher recurriese a los tan citados cambios en el Este como un argumento más en sus constantes esfuerzos por frenar la unidad europea; la mayor incógnita era la actitud de la RFA.

Después de profundas vacilaciones -que no conviene olvidar de cara al futuro-, el Gobierno de Bonn ha aceptado la propuesta de Mitterrand de fijar a finales de 1990 la fecha para la conferencia intergubernamental que debe reformar el Tratado de Roma para realizar la unión económica y monetaria. ¿Por qué era tan decisiva la fijación de esa fecha? Primero, por la necesidad, teniendo en cuenta los ritmos de la CE, de que esa conferencia comience sus labores en 1990.si se quiere materializar el proyecto de una moneda y de un banco central europeo antes de que entre en vigor el mercado único en 1993. Pero además, la fijación de la fecha había adquirido un valor simbólico, según manifestó el presidente Mitterrand, como "prueba más clara de que la CE entra en una nueva etapa". Por eso la aprobación de la RFA ha sido tan importante. Una negativa sobre la fecha hubiese sido interpretada como un signo de alejamiento, un cambio de rumbo. No es extraño que existan temores en París y en otras capitales a este respecto: si Alemania se orientase prioritariamente, ante la evolución del Este, hacia una unificación alemana desgajada de la construcción europea, hacia un papel hegemónico propio en la Mitteleuropa, el golpe sería mortal para la arquitectura europea, tan trab ajosamente iniciada en las últimas décadas.

En cambio, el acuerdo sobre la fecha ha ido acompañado de una toma de posición de la CE a favor de que el pueblo alemán "pueda recuperar su unidad a través de la libre determinación" y en el marco del reforzamiento de la construcción europea. El canciller Kohl ha dado incluso una garantía explícita sobre el respeto de la frontera Oder-Neisse. Ha triunfado. la sensatez. La importancia de la cumbre de Estrasburgo estriba sobre todo en los males que ha evitado. Con palabras del gran Thomas Mann, cabe decir que ha prevalecido la idea de una "Alemania europea" sobre la de una "Europa alemana". Después de Estrasburgo, la RFA puede abordar el tema de la unidad alemana en un marco que facilite su solución sin sacudidas peligrosas.

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Al aceptar la idea de Gorbachov de que se celebre en 1990 una reunión de los 35 firmantes del Acta de Helsinski de 1975 -un Helsinski 2-, Mitterrand ha reflejado los intereses de la CE y de la propia RFA. Ese marco, en el que participan la URSS y asimismo EE UU y Canadá, es el más apropiado para examinar el nuevo equilibrio europeo resultante de los actuales cambios. Y precisamente esta fase de transición de un sistema de seguridad a otro, con el tema tan delicado de la unidad alemana, determina un interés general en que la CE se fortalezca como garantía de estabilidad y como polo de atracción para los países del Este. Ello explica las palabras de Bush, que sin duda han influido sobre la actitud positiva de Kohl en Estrasburgo. También para la URSS, recelosa en otras épocas de lo que significa la Comunidad Europea, la integración de la RFA en la CE es hoy una garantía de no retorno a viejas políticas amenazantes para la seguridad rusa.

Con la cumbre de Estrasburgo la CE ha logrado, primero, sobrevivir a un momento de peligro, y luego ponerse metas ambiciosas con un calendario concreto. La unión económica y monetaria, la moneda europea, están indisolublemente ligadas al avance de la unidad política, a la potenciación del Parlamento y a un concepto más solidario y generoso de las relaciones sociales. De hecho, y una vez más, la Cenicienta de la reunión fue la Carta Social, un documento no vinculante suscrito por 11 de los 12 países. El año 1990 será decisivo: si la CE no logra -ante la nueva realidad de Europa- sacudir el paso cansino con que se mantiene a flote, se verá sacudida por las presiones que tienden a frenarla y a marginarla, dejando así el espacio libre para que el proceso europeo pueda tomar otros derroteros.

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