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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La muerte inacabable

LOS ACONTECIMIENTOS de las últimas semanas en El Salvador no han contribuido a despejar el camino hacia la paz. Desde que fueron asesinados salvajemente los sacerdotes jesuitas y las dos mujeres que trabajaban a su servicio en la Universidad Centroamericana, la violencia ha adquirido una intensidad casi desconocida hasta el momento, incluso en un país que lleva nueve años en guerra civil.En relación con el asesinato de los jesuitas, el presidente de la República, Alfredo Cristiani, prometió el esclarecimiento de los hechos, asegurando que castigaría a los responsables, fueren quienes fueren. Desde entonces, silencio oficial. Hace muy pocos días, unos oficiales acusaron específicamente, "por una cuestión de honor", a determinados compañeros de armas con nombres y apellidos, dando así estado escrito a lo que todos dan por conocido desde el principio: que el padre Ellacuría y sus compañeros cayeron víctimas de una operación cuidadosamente planeada y perpetrada por elementos del Ejército salvadoreño íntimamente ligados a la extrema derecha. Los oficiales acusados han rechazado las imputaciones, pero la sospecha no se ha desvanecido.

Mientras tanto, el director de la escuela de los Mossos d'Esquadra, Jesús María Rodés, ha perdido la oportunidad de dimitir dignamente de su cargo, esto es, a tiempo y en forma. Ha preferido optar por reinterpretar sus propias palabras, olvidando haber afirmado que Ellacuría "es una víctima no inocente". Así, los educandos de la policía autonómica catalana se impregnarán de un saber muy sencillo que sólo puede leerse en dos claves: o bien que el jesuita era lo contrario de inocente, esto es, que era culpable; o bien que era menos inocente, esto es, que su asesinato tiene atenuantes, es menos condenable que otros. Produce escalofríos que la educación de las nuevas generaciones policiales catalanas siga encomendada a personas capaces de razonar de este modo.

Antes de la elección de Cristiani como presidente de El Salvador -en un proceso viciado por los límites con los que opera la democracia en el país y por el boicoteo de la oposición real- fueron vanos todos los esfuerzos de negociación, como lo son ahora los que protagonizan el FMLN y el Gobierno en pos de una victoria en la guerra. En el transcurso de la cumbre de Malta, uno de los pocos puntos de desacuerdo entre los presidentes Bush y Gorbachov llegó cuando el norteamericano declaró que Nicaragua, engañando a la URSS, seguía enviando armamento al FMLN. Por su parte, Washington -aseguran sus responsables- mantiene su apoyo armado al Ejército salvadoreño con el único objetivo de impedir la toma violenta del poder por la guerrilla. Produce escándalo pensar que tal ayuda se mantiene cuando el propio Gobierno de EE UU está convencido de la responsabilidad del Ejército salvadoreño en la violación continuada de los derechos humanos en este país.

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Dos circunstancias permiten concebir un mínimo de esperanza: por un lado, que la cumbre centroamericana -que debía tener lugar en Managua- no ha sido anulada por culpa de las malas relaciones entre Ortega y Cristiani, sino trasladada a San José para los días 10 al 12 del presente mes. Por otro, la hipótesis de que el FMLN aprovechó su breve ocupación del hotel Sheraton de San Salvador para establecer un contacto con emisarios de EE UU y negociar indirectamente con el Gobierno de Cristiani un acuerdo que ponga fin a las hostilidades.

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