Tres películas gallegas
Voy a contarles una historia de cine. Hace ahora dos lustros, un joven de bigote turco llamado Carlos Piñeiro se bajó del coche de línea en Silleda, en la ruta de Santiago a Orense, con el único equipaje de una cámara de 16 milímetros envuelta en una manta de recluta. Le acompañaban media docena de insensatos, quizá todavía más jóvenes. Caminaron durante kilómetros hasta el valle de Merza y se instalaron en un derruido monasterio medieval a las orillas del río Deza. Iban a rodar una película, pero, por no llevar, no llevaban ni una tienda de campaña. Así que construyeron un cobertizo con cama de helechos y techumbre incierta. Cuando sucedió lo que tenía que suceder, el único lugar respetado por las goteras fue reservado, claro, a la cámara. Al cabo de una semana, aquel equipo intrépido presentaba un aspecto lamentable, hasta el punto que una lugareña les regaló un pollo. Lo asaron allí mismo, entre las ruinas del ábside de Carboeiro, relleno con hierbabuena. Puedo contar aquello porque tuve la suerte de agenciarme un zanco, del que guardo un recuerdo imborrable.
Memoria del hambre
Pese a estar bien nutridas de presupuesto autonómico, en un despliegue seguramente no ajeno a la contienda electoral, las jornadas de Cinegalicia celebradas el pasado fin de semana en Vigo no debían ni podían borrar esa memoria del hambre, en la que el propio Carlos, Miguel Gato, Baixeras, Antonio Simón, Miguel Castelo, Manuel Abad, Eloy Lozano y un largo etcétera de pioneros ensayaron la utopía de un cine autóctono en el far-west galaico. Por eso, cuando en la noche de clausura dos millares de personas aplaudieron puestas en pie el Sempre Xonxa, de Chano Piñeiro -otro pionero que se dio a conocer más allá del Miño con el corto Mamasunción-, aplaudían también un acto heroico y protagonizaban, ¡qué carallo!, un auto de fe.Con el estreno de los tres primeros largometrajes de la filmografia gallega -salvado el intento de Malapata, un mediometraje digno de tal título-, Cinegalicia constituyó la más larga sesión contra el reuma cultural de los últimos años en la nación de Breogán. La gracia de este lote iniciático es que Continental, de Xabier Villaverde; Urxa, de Carlos Piñeiro y Alfredo García Pinal, y Sempre Xonxa, de Chano Piñeiro, apuntan tres vías bien distintas, tres universos, tres formas de invención y relato, quizá en justa correspondencia con el país más endiabladamente complejo del planeta.
Visión contemporánea
Con el brillante bagaje en vídeo de Veneno puro o Viuda Gómez, con un solvente crédito de actores y presupuesto, las mayores expectativas se centraron en Continental, de Villaverde. A juzgar por la reacción de parte del público y crítica, la esperanza se trocó en una cierta desazón. Se ha dicho y escrito que no hay historia en Continental. Y claro que hay historia. Lo que no hay es convención. Con una factura impecable, bebiendo en el thriller y el melodrama, Villaverde construye una atmósfera densa, enrarecida, donde no hay otra ley que el destino bajo la niebla. Los logros de sus creaciones en vídeo están plasmados en Cinemascope, con un ritmo inquietante, posiblemente no ajeno a la fascinación por Rumble fisch, de Francis Coppola. Envuelta en celofán nostálgico, con una escenografía teatral, la mirada de Villaverde es absolutamente contemporánea, fría como el hielo en los ojos de un joven que pasma durante años ante la catástrofe televisada. Creo que hay razones para afirmar que es una obra singular en la filmografía española de estos tiempos.Chano y Carlos Piñeiro partieron para sus respectivas aventuras con una mayor precariedad de medios. Más que meses, años les llevó recolectar los fondos necesarios, y sólo les faltó montar una mesa petitoria en la catedral de Santiago. En Urxa hay brechas donde asoma con demasiada evidencia el amateurismo y algunas concesiones tópicas, que son el envés peligroso de un realismo mágico que utiliza como referentes leyenda y mitología. Pero es una obra digna, con un exotismo que puede resuitar atractivo en otras latitudes. En cuanto a Sempre Xonxa, Chano Piñeiro, como ya hizo en Mamasunción, apuesta por un costumbrismo donde se refleja con emoción y sensibilidad la sociedad agraria convulsionada brutalmente por la emigración. Como ciertamente ocurre en la realidad, es el humor la gran defensa de los humildes, y en la película de Chano Piñeiro -con ese feliz descubrimiento que es el personaje de Caladiño, un loco sabio popular- florece el humor con tanta naturalidad como se atisba el desenlace dramático. Aplaudir a Chano Piñeiro, ya lo dijimos, fue también aplaudir un acto heroico y una apasionada historia de amor por el cine.
Cinegalicia pasó como un galope del caballo del orgullo, Lo bueno es que con estos queridísimos tozudos ya no es posible dar marcha atrás.
Babelia
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