Un magisterio perdido
Miguel Narros comenzó a coger escuela dramática en el teatro María Guerrero de Luis Escobar. No tardó mucho en adquirir personalidad propia como escenógrafo y figurinista excepcional y, después, como creador con otros de jóvenes teatros que luchaban, y a veces sucum ian, en años de luchas dificiles. Hace ya mucho tiempo que Narros llegó a la cumbre de su profesión de director de escena, junto a algunos otros que casi se pueden contar con los dedos de las manos, que han dado dignidad y calidad a ese trabajo al que llegan tantos advenedizos que están ayudando a destruir el teatro.Sus campañas como d*rector del teatro Español han sido de gran brillantez; ha sabido conjugar el público de García Lorca con el de Benavente, el de O'Neill con los españoles del Siglo de Oro. Ha tenido intuiciones extraordinarias, y los errores que se le han señalado o las críticas que se le hayan podido hacer siempre han tenido en cuenta el principio de que ha partido de riesgos para buscar siempre los máximos artísticos.
La despedida por etapas que le ha preparado la alcaldía de Madrid es injusta, además de sinuosa. 0, por lo menos, no esgrime razones válidas. Las artísticas son imposibles, y no cabe duda de que acreditan la incultura de quienes la han producido o aprobado. No abonan más sospecha que la de la introducción de la política pequeña en un terreno que le debía estar vedado. Cuando se nombre a su sucesor se sabrá por dónde va la orientación, o en qué bazas reales se apoya. Pero se puede tener la inquietud de que el Español nuble su escenario.
No se sabe, tampoco, dónde podrá seguir Narros ejerciendo su oficio con el magisterio que tiene. Los puestos en los teatros públicos son contados. Ha dicho él que se inclinaría por el teatro privado: pero está en vías de extinción, y los pocos que aún lo defienden tienen que hacerlo con la avaricia de quien tiene que contar cada céntimo invertido en decorado o reparto, y vigilar la taquilla, con lo que niegan el paso frecuentemente al verdadero arte escénico.
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