El enigma del dolor
Hace ahora 14 meses, este filme se subió a la picota del festival de Venecia y se llevó un premio especial que podría haber sido el León de Oro, que disputó a la admirable Leyenda del santo bebedor y que ésta se llevó finalmente. Se anuncia, tras el estreno del filme de Angelopoulos, el de Ermanno Olmi, su efímero rival y hermano de siempre.Así es el reparto de estrenos cinematográficos: las obras triunfadoras en Venecia 88, dos de las más hondas que ha dado el cine actual, han tenido que, esperar colas de meses para encontrar, con lupa, una pantalla española abierta, mientras la subproducción de relleno de Hollywood tiene por adelantado sala buena y segura.
Paisaje en la niebla es por ahora la culminación de la obra de Theo Angelopoulos, cineasta griego casi desconocido en España, que desde los primeros años setenta, a raíz de El viaje de los comediantes, es por muchos considerado uno de los más complejos de Europa. En este filme sin los enmarañados ejercicios de estilo de El viaje de los comediantes y Viaje a Citera, Angelopoulos vuelve sobre sus punzantes obsesiones y les aprieta en un filme algo más accesible que los anteriores, pero igualmente áspero y lleno de penumbra con hermosos destellos de luz.
Paisaje en la niebla
Dirección: Theo Angelopoulos. Guión: T. Guerra, T. Valtinos y Angelopoulos. Fotografia: Arvanitis. Música: H. Karaindrou. Grecia, 1988. Intérpretes: Tania Paleologou, Michalis Zeke. Cine Alphavffle.
La gran metáfora
Es un filme excepcional. Pero conviene advertir, para que nadie se llame a engaño, que no se trata de una obra fácil de ver. Requiere su contemplación que él esp9ctador muerda sus inclinaciones a lo fácil y apriete los dientes mientras comparte un viaje de atróz grandeza íntima, que hay que hacer propio con esfuerzo y con respeto profundo a las profundidades del cine , hoy escamoteadas por la producción convencional, que nos alimenta con filmes-potitos masticados y predigeridos.Filmes como este devuelven al cine la idea de esfuerzo, de génesis que hay que hacer propia como se hace propio todo camino, por intrincado que sea, capaz de rozar con su borde la idea de plenitud. Densa y terrible, Paisaje en la niebla tiene algo de zarpazo exquisito, de llamada a la pasión inútil de una búsqueda de raíces de la propia identidad, a lo largo de un impreciso traslado que no conduce a ninguna parte, pero que todos recorremos un día u otro en alguna pesadilla de la soledad del sueño o de la más dolorosa soledad de la vigilia.
No hay manera de contar o describir un filme así: se ve y se acepta o se rechaza -eso depende de los redaños de cada vecino- en bloque, junto con todas sus cerradas esquinas. Es una tragedia en la que cada uno persigue el sentido -si lo tiene- de la vida y -si es que existe- su fuente: el signo del padre o del origen, de Dios o de su silencio, peregrinando tras sus huellas al remoto santuario -aquí un escuálido árbol totémico- donde se guardan los enigmas del dolor que conlleva toda búsqueda de esta especie eterna. Filme de escueta y pudorosa hermosura, no concede ni un instante de alivio o respiro. Debe verse como se asiste a un deber. Y el placer de su visión adquiere así resonancias éticas antes que lúdicas: el hospitalario malestar que flota en un itinerario fantasmal, que recorremos a solas y nos conduce a una fosa común.
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