Condenados al olvido
Al firmar los cuatro decretos de indulto que afectan a 280 militares y civiles responsables o procesados por delitos de represión ilegal, sedición y acciones subversivas cometidos en los últimos 13 años en Argentina, el presidente Carlos Menem realizó una apuesta arriesgada que compromete el pulso moral de la sociedad. Es muy dificil que su objetivo manifiesto, una pacificación nacional tan deseable como necesaria, puede alcanzarse con esta decisión.Al margen de su oportunidad y coste político, y más allá de su formulación legal, los indultos a responsables de acciones represivas aberrantes sobre seres inocentes, probadas en miles de casos ampliamente documentados, afectan en primer lugar a la dimensión moral que una condena o una absolución tienen en situaciones extremas. Y también inciden en el valor simbólico de las condenas, especialmente significativo ya que éstas afectaban a sólo unos pocos implicados.
Muchos casos de la historia de este siglo demuestran que una herencia así no puede ser eterna y que las secuelas de graves conflictos como el vivido en el país suramericano desde mediados de los setenta terminan por entrar en una dolorosa normalidad, edificada principalmente sobre el olvido. Pero parece ilusorio pensar que un camino de pacificación sea la consecuencia de una medida de perdón y no su causa.
La sociedad argentina está dividida sobre la índole y oportunidad de los indultos, por un lado, y muchos de los condenados por el exterminio consideran aún hoy su actuación como adecuada para tiempos excepcionales. Estos dos hechos no parecen augurar efectos benéficos a la medida del Gobierno.
El hecho de que el propio Menem haya sufrido cinco años de cárcel y vejaciones durante la dictadura hace más profunda su decisión. Pero la otra cara de la moneda es que en cada indulto a los verdugos vuelve a condenarse a sus víctimas. Esta vez al olvido.
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