El auge de las coproducciones convierte a Europa en una babel cinematográfica
Indiana Jones, sus latigazos y su papá-Connery pusieron ayer una gota de alegría entre una tristeza alemana y otra belga. La alemana se titula Ojos azules y está hablada en español, alemán y checo. La belga se titula Australia y está hablada en inglés de Londres, inglés de Adelaida, francés, belga y un poco de flamenco. La primera transcurre en Buenos Aires, Praga, los Sudetes y Berlín. La segunda, en Australia, Adelaida, el Asia holandesa, Londres, Verviers y Bruselas. La proliferación de las coproducciones está convirtiendo al cine europeo en una pintoresca babel diseñada por operadores turísticos.
La cosa no se queda ahí, sino que viene de más atrás y llegará más lejos. Hagamos un recuento de los saltos de idioma y geografía vistos en seis días de Mostra veneciana: son espectaculares.El campeón es hasta ahora Gabriel Axel, que de su idioma danés hace saltar a su Christian al alemán, al francés, al español, al inglés y, finalmente, al árabe marroquí. Disparatado ejercicio de plurilingüismo a través de Copenhague, Hamburgo, París, Pau, la Muga euskalduna, Castilla, Marbella, Algeciras, Gibraltar, Tánger, Fez, Marraquech, Casablanca, Dakar y una aldea de la zona de Ketama. Y lo increíble es que, pese a tanto traslado, es una de las películas más quietas que uno puede imaginar. Un minuto de Indiana Jones contiene diez veces más movimientos que las dos horas de este largo periplo de la nada a la nada.
Luego viene la hasta ahora superfavorita de los críticos italianos, la insulsa comedia de Alain Resnais, Quiero irme a casa, donde el idioma inglés norteamericano y el inglés británico hacen juegos malabares con el francés parisiense y el francés balbuceado por ciudadanos de Cleveland (Ohio, EE UU) entre vuelo en jumbo y vuelo enjumbo. Trueba hace en El mono loco cine español en París, pero dicho en inglés. El australiano Paul Cox aterriza en una isla del Egeo para allí soltar el sermón en inglés, en hindi, en griego, en un poco de italiano y en una buena ración de francés macarrónico: Moi love a te, o casi.
Castellano de cristal
El israelí Amos Gitai, en Berlín-Jerusalén, combina el alemán con el yidish, lo que no impide que haga incursiones en el ruso, el francés, el árabe y, por supuesto, el inglés. Vilgot Sjoman nos sorprendió en Fallgropen comenzando el parloteo con el castellano de cristal de san Juan de la Cruz: el resto sólo en sueco, lo que ya es mérito en Venecia 89. Mérito que no tiene la italiana de apellido alemán Lina Wertmüller, que en su Noche de claro de luna hace hablar al holandés Rutger Hauer en inglés, francés, alemán, italiano y neoyorquino; a la alemana Nastassja Kinski, en francés parisiense, y a la norteamericana Faye Dunaway, en mal inglés y francés farfullado.Y así ad náuseam. El gazpacho idiomático es equiparable al más grave gazpacho estilístico o antiestilísico que hay detrás de él. Tan grave es que ha permitido convertir en peliculas favoritas hasta el momento a la dirigida con tanta exquisitez como impotencia por Alain Resnais y a la no dirigida, pese a que lo intenta honradamente, por el israelí Amos Gitai. Triste Mostra, si en los días que le quedan de vida no tiene nada mejor que ofrecer. Sin el menor patriotismo, el único cine serio visto aquí es el de Fernando Trueba.
La tristeza completamente alemana Ojoz azules es una película izquierdista de Reinhardt Hauff, que ganó con Starnheimm el gran premio de Berlín de hace tres años. Es solvente, pero sólo eso. Introduce un melodrama paterno-filial en el marco del genocidio infernal que los militares antiargentinos cometieron con tra el pueblo argentino en 1978 y siguientes. Y lo hace con habilidad y buen didactismo político, buscando sus evidentes similitudes con el exterminio nazi de zonas enteras de la población de Checoslovaquia en 1940, tras el asesinato en Praga del jefazo de las SS, Reinhard Heidrich, y el asolamiento, como represalia, de Lidice por los grupos de asalto de la Werhmacht hitleriana. Estimable película menor.
La tristeza completamente belga de Australia, pese a la presencia en ella de la francesa Fanny Ardant y del británico Jeremy Irons, que se agradece en las dos o tres ocasiones en que el director, Jean-Jacques Andrien, les deja ser ellos, es también menor, pero no estimable. Es un excelente ejercicio de incompetencia, con escenas cruciales bien producidas pero tan mal realizadas que uno llora de pena.
Mientras tanto, cada mañana nos despertamos con otro ejercicio flagelatorio adicional: el que ofrece la Prensa italiana, intentando con enormes despliegues elevar y dar altura a un festival a ras de suelo, que no despega, incapacitado por ahora para los vuelos de la imaginación. El otro día, junto a la llamada a los encartes de la Mostra, las primeras páginas de todos los diarios de Italia destacaban el desgarrador grito del piloto cubano que estrelló su lliushin en La Habana: "¡Tira su! ¡Tira su, maledetto aereo!" ("¡Elévate! ¡Elévate, maldito avión!"). Todos somos un poco aquí, lo confesemos o digamos lo contrario, pilotos y pasajeros de algo que tampoco se eleva: "¡Tira su! Tira su, maledetta Mostra!", y presentimos la catástrofe, aunque, por suerte, en ella no habrá muertos, pero sí falsas resurrecciones, como la de Alain Resnais, el genial director de Providence, a mil millas por debajo de sí mismo. Salvo que Toshiro Mifune, hoy, y Ettore Scola, mañana, nos devuelvan el sabor olvidado del cine.
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