Con esperanza y sin entusiasmo
ENVIADA ESPECIAL Varsovia ha vivido con cautela y sin dejar de cuniplir ninguna de sus fatigosas rutinas la histórica jornada del advenimiento de un primer ministro no comunista al Gobierno del país. Los polacos se han afanado como siempre, portando sus grandes bolsas de plástico habituales, en comprar lo necesario -o lo que han encontrado- en las tiendas de comestibles. A la misma hora en que Mazowiecki pronunciaba sus conmovidas palabras de gratitud en el Parlamento, las mujeres cargaban con sus niños y se quejaban, una vez más, de las colas.
Si les preguntabas su opinión te decían que tienen esperanza de que las cosas mejoren. En sus ojos, no obstante, no brillaba el entusiasmo. No ha habido celebraciones en las calles, y esto debe achacarse tanto a la prudencia que los mismos vencedores están mostrando como al esfuerzo que en estos momentos constituye para cualquier ciudadano hacer un gesto más expresivo que otro.
Por otra parte, aunque conscientes del gran cambio que está experimentando la sociedad polaca, quizás no alcanzan a comprender la dimensión que tiene en el contexto de la Europa del Este. Les preocupa demasiado la subsistencia.
En el interior del Parlamento era muy distinto. A la soledad del comunista del fondo, es decir, de los miembros del partido, que no por casualidad se sentaban a la derecha de la tribuna de oradores, se oponía con enorme descaro la popularidad de que gozan los políticos de Solidaridad.
Fotógrafos y periodistas agobiaban literalmente a la mayoría de los nuevos vencedores, mientras que los componentes del Partido Obrero Unificado de Polonia (POUP), en su mayoría de oronda figura, permanecían solitarios en sus asientos o deambulaban como almas en pena por los pasillos decorados, todavía, con tapices chillones de motivos siderúrgicos, en el mejor estilo stalinista. A nadie les daba lástima.
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