20 años de decepción
Desde el lado británico, el balance de los 20 años de presencia militar en el Ulster no puede ser más desastroso. La misión de esas tropas en 1969 era defender a los católicos frente a las acciones terroristas de los protestantes. Pero pronto se convirtieron en el instrumento para reprimir las masas católicas partidarias de la incorporación del Ulster a la República de Irlanda. Gran Bretaña ha utilizado, sobre todo hasta 1975, métodos represivos particularmente brutales. Pero con efectos contrarios a los deseados. La decepción es la nota dominante en la opinión británica, sobre todo a causa de la ausencia de toda perspectiva de solución política en ese dramático problema que ha pesado como una losa sobre la historia reciente del Reino Unido.El único hecho generador de esperanza ha sido el acuerdo firmado en 1985 por los Gobiernos de Londres y Dublín para articular su cooperación en el Ulster. Ese acuerdo implica la renuncia de Dublín a considerar la unificación de Irlanda como un objetivo actual. Pero implica también el reconocimiento por Londres de que una gran parte de la población del Ulster quiere ser protegida por el Gobierno de la República de Irlanda. De este acuerdo debían desprenderse acciones comunes que materializasen la participación del Gobierno de Dublín en zonas cada vez más amplias de la Administración del Ulster, desde la enseñanza hasta el transporte, y sobre todo la seguridad. Pero su aplicación ha sido muy restringida por el temor de los británicos a dar una sensación de abandono de parcelas de soberanía.
Al nombrar como nuevo ministro para el Ulster a una figura desprestigiada de su partido, Margaret Thatcher confirma que ha relegado ese problema a segundo plano. Actitud peligrosa porque en el Ulster no sólo está el IRA, sino una masa católica que no acepta ser discriminada. El Gobierno conservador de Londres, preocupado casi exclusivamente por la dimensión policial del problema, parece no tener en cuenta esa realidad social. Dimensión policial abordada, de otro lado, con escasos escrúpulos de legalidad, como demostraron las muertes de Gibraltar. Estamos quizá ante una nueva manifestación de esa pérdida de pulso político que se observa en la actual etapa gubernamental de la dama de hierro.
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