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El reto del 1%

Una tercera parte de toda la investigación que se hace en el mundo es para fines militares. No existe ninguna actividad científica que reciba tanta atención, ya sea en personal o en subvenciones, como la investigación en armamentos. Esta realidad tiene, evidentemente, partidarios y detractores, pero en la comunidad mundial -incluida la ONU- se han alzado multitud de voces solicitando un cambio radical de esta situación, especialmente porque inicia o estimula el rearme, además de imposibilitar la asignación de recursos para investigar sobre campos de utilidad social.Esta militarización de la actividad científica se ha manifestado especialmente en las grandes potencias y en los países con poder nuclear. Es un grupo reducido de países, por tanto, el primer responsable de esta situación.

Hasta hace poco España no dedicaba grandes sumas para la investigación militar. Las armas se compraban fuera, por lo que sólo era necesario dedicar pequeñas cantidades para desarrollar unos cuantos proyectos autóctonos. Pero las cosas han cambiado, y mucho. Desde 1989, los presupuestos de investigación y desarrollo (I+D) militar se han disparado espectacularmente en España, dedicándose a ello ya una cifra cercana a los 50.000 millones de, pesetas anuales, una cantidad que duplica el presupuesto del mismo Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el organismo civil de investigación más importante de España.

La causa de esta increíble asignación de recursos para investigar sobre nuevos armamentos, que ha situado a España en los primeros lugares del ranking europeo sobre este tema, ha sido la decisión política de participar activamente en programas armamentistas de la OTAN, especialmente en el avión de combate europeo (EFA). Sólo para este proyecto ya vamos a destinar 155.000 millones de pesetas en la fase de investigación. Otros proyectos internacionales se llevarán, en los próximos años, otros 100.000 millones de pesetas suplementarios.

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Esta vocación de ser los pioneros, los primeros de la clase en el proyecto atlantista, choca frontalmente con la realidad política europea y con la necesidad de moderar drásticamente los comportamientos armamentistas que han sido habituales en la política militar europea de los últimos decenios. Hemos llegado al punto en donde lo cuerdo es tomar decisiones políticas concretas que puedan dar forma a la casa común europea y a la seguridad en común, dos conceptos complementarlos que sólo podrán llevarse a término desde un plano político en el que impere la confianza y la voluntad de cooperación, es decir, desde formas completamente alejadas de la fuerza militar y la disuasión armamentista.

Y es precisamente en esta oportunidad histórica cuando nuestros responsables políticos deciden dar toda su confianza, y nuestros dineros, a la construcción del mercado europeo de armamentos, pagando sumas astronómicas en investigación de armas de dudosa utilidad militar y nefasta utilidad política y social.

¿Por qué un país como España, todavía tan necesitado de recursos económicos para solventar importantes y abundantes deficiencias estructurales, se vuelca tan ejemplarmente en la investigación militar?

Una de las respuestas es, creo, de carácter psicológico. Durante la transición política, y quizá hasta ahora mismo, la clase política española ha hecho todo lo posible para mostrar, ante la opinión pública exterior, el carácter europeo del proyecto político español. El "somos europeos y lo vamos a demostrar" ha sido más que una manifestación de buena voluntad en la aproximación hacia estructuras económicas y políticas que imitar. Ha sido también la manifestación exterior de un complejo de inferioridad y de un terror a quedar marginados de lo que se cuece en Europa, a nivel político, económico y tecnológico. La llamada modernización ha servido de cortina para ocultar cualquier veleidad alternativa u original que se apartase de los cánones establecidos. La entrada y posterior permanencia en la OTAN, en un momento en que ya empezaba a plantearse un futuro europeo sin bloques militares, ha sido el ejemplo paradigmático de este miedo a construir un camino propio que, siendo europeo, fuese a la vez crítico.

Volcarse hacia la tecnología militar y el desarrollo de nuevos armamentos, y en unos porcentajes superiores a los de la mayoría de los países europeos, constituye, desde mi punto de vista, una nueva expresión de esta necesidad de decir al mundo que "aquí estamos nosotros, para lo que haga falta". Pero está por ver si, más allá del incremento del volumen de negocios de unas cuantas empresas, esta decisión beneficiará a la gente de este país y a la construcción política de Europa.

Durante el próximo trienio, el Ministerio de Defensa tiene previsto gastar 170.000 millones de pesetas en investigación militar, especialmente en programas armamentistas de la OTAN. La cantidad es impresionante, sobre todo si consideramos que es para reforzar la vertiente armamentista de una política de seguridad europea que, ahora más que nunca, necesita de iniciativas imaginativas y valientes en el campo opuesto al armamentismo, esto es, en el terreno de la cooperación política y económica entre los bloques.

Desde hace años, varios centros de investigación sobre la paz han elaborado propuestas desmilitarizadoras para España y para Europa. Algunas de ellas han sido recogidas, al cabo de los años, por los responsables de la conducción política europea; otras, normalmente las más osadas, permanecen todavía en la vitrina de referencias para el futuro. Todas ellas, sin embargo, suelen tener el mérito de haberse adelantado en unos cuantos años a lo que ahora se entiende como mundo de lo posible.

La poca atención que se ha dado en España a este tipo de reflexiones y estudios contrasta, evidentemente, con la total disponibilidad para investigar en el armamentismo. Por ello quisiera lanzar desde estas páginas un reto a la Administración pública: que dedique a la investigación para la paz, como mínimo, un 1 % de lo que tiene previsto gastar en I+D militar. Para los próximos tres años, esto es, hasta el mítico 1992, supondría una aportación de 1.700 millones de pesetas para reflexionar sobre los temas de defensa y seguridad de otra forma, por personas ajenas a los intereses armamentistas y desde centros fundamentalmente no oficiales y no vinculados con el poder.

Negar este 1 % para una investigación alternativa que está apoyada por la ONU y la Unesco, dejando el restante 99% para el armamentismo, creo que sería un gran error de previsión política, especialmente porque muchas de las propuestas y de los análisis que se han hecho desde la investigación para la paz se han visto confirmados o puestos en práctica al cabo del tiempo. Convendría, por tanto, darle una oportunidad.

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