Públicos
Los flamencos lo saben como nadie, comprenden la importancia del círculo mágico que rodea al artista durante su actuación, conocen hasta qué punto puede influir en él; por ello valoran su comportamiento, cuidan el ambiente en el que quieren que algo suceda: que el cantaor se sienta a gusto y extraiga de sí lo mejor.Pero su actitud no es complaciente ni acrítica, sino de una rigurosa exigencia.
El calor de la expectación se puede trastocar en frío en un instante. Si el oficiante se pierde en derroteros poco ortodoxos o se descubre que su prepotencia era mayor que su capacidad, la magía y el círculo desaparecerán.
Entendidos
A novilladas y corridas en la plaza de toros de Valencia acude un público muy diferente. Es el de las novilladas un público entendido que asiste entre temeroso y esperanzado para conocer qué nos deparará el futuro; es un círculo comprensivo, pero justo con el novillero, y apenas tiene que competir con la pequeña hinchada que llevan tras de sí algunos de estos jóvenes aspirantes.
El público de las corridas de toros es, por el contrario, festivo y bullanguero, agradecido y condescendiente, nunca amargado y pocas veces cruel con los toreros. Es un público que acude a la plaza demandando espectáculo a toda costa y en Cantidad: quiere que el toro salte la barrera, que derribe al caballo, que la montera caiga boca abajo -gran ovación cuando sucede-, que el torero sea trabajador y valiente (y que haga mucha ostentación de ello, mucho aspaviento), que la música no pare de sonar.
Es un público que no duda en aplaudir frenéticamente en el momento del arrastre -aunque el toro haya sido un morucho- porque el percherón que tira de él está haciendo una auténtica demostración.
El aficionado, paciente, que aquilata los distintos aspectos de la faena y valora la lidia adecuada, el que distingue el mero buen gusto o la profundidad de un torero y premia con aplausos la brega eficiente de un peón, es rara avis aquí. Y además se encuentra muy desperdigado por la plaza.
Yo echo de menos esa zona del tendido -en Sevilla,y en Madrid la he visto- a la que los presidentes miran de reojo antes de conceder- una oreja. Viejos aficionados me han confirmado que también esa existía aquí. Desconozco las causas de su desaparición.
Sería difícil atribuirla a una sola causa, y para lograr la suma de ellas habría que interrogar a los ausentes.
Su recuperación nos devolvería la memoria. La memoria necesaria para devolvernos a la historia.
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