_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La otra guerra de Nicaragua

A principios de 1983, Indalecio Rodríguez, responsable político de la contra, declaró:"1983 será el año de la victoria. Derrotaremos a los sandinistas en seis meses".

A principios de 1984, Adolfo Calero Portocarrero, jefe de la contra, declaró:

"En 1984 ocurrirá la definitiva derrota del régimen sandinista".

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

A principios de 1985, el mismo Calero declaró:

"1985 será para nosotros lo que 1979 fue para los sandinistas"

. A principios de 1986, Donald Lacayo, vocero de la contra, declaró: "Los sandinistas tienen las horas contadas".

A principios de 1987, el mismo Lacayo declaró:

"El Gobierno de Ortega caerá antes de marzo".

A principios de 1988, Enrique Bermúdez, comandante militar de la contra, declaró:

"1988 será el último año del Frente Sandinista'.

En julio de 1989, la revolución sandinista cumple 10 años de Gobierno. Sus enemigos, mediocres guerreros de alquiler, tampoco tienen talento en el arte de la profecía. La revolución cumple 10 años y éstos son días de celebración. Nicaragua está ganando la guerra.

En julio de 1979, poco después de la fuga del último de los dictadores de la familia Somoza, alguien escribió una frase certera en un muro de la pequefía ciudad de Masatepe. Fue una mano anónima, mano del pueblo, la que anunció:

"Se morirán de nostalgia, pero no volverán".

El tiempo transcurrido ha borrado la frase en el muro y la ha confirmado en la historia.

La contra, que quiere la restauración de la dictadura, se bate en retirada. Y con la contra, sus pagadores, aunque ante las cámaras pongan cara de póquer y aunque sigan financiando a este inmenso ejército de inútiles.

Todavía los fondos que la contra recibe de Estados Unidos superan el total de la ayuda que Nicaragua recibe de un llamado Occidente. A lo largo de estos 10 años, Estados Unidos ha destinado a matar nicaragüenses cuatro veces más dinero que el que Europa brindó a Nicaragua para colaborar con su desarrollo económico.

Pero esta victoria de Nicaragua contra el poderoso caballero don dinero es nada más que una parte de la verdad.

Este país descalzo, este país en harapos, está ganando la guerra contra la invasión militar imperialista, pero esa guerra no es más que una larga y dolorosa batalla de otra guerra. La otra guerra, más larga, más dolorosa, y también más profunda, recién está empezando: la guerra contra el subdesarrollo, contra la herencia maldita del modo colonial de producción y de vida; la guerra contra la miseria, paridora de más miseria; la guerra contra la ignorancia y el fatalismo; la guerra contra la obstinada estructura de la impotencia, que nos obliga a padecer la historia y nos impide hacerla.

Todos estos años de pelea contra la dictadura de Somoza y sus nostálgicos herederos cobran su verdadero sentido dentro del marco mayor de ese necesario combate contra sus causas, que son las causas de todas las dictaduras que cíclicamente atormentan a nuestros países.

Un periodista europeo me contó que hace un par de años viajó en auto a Nicaragua.

Cuando se detuvo en el primer puesto de gasolina, un niño se le acercó. El niño le preguntó de dónde era y si en su país había guerra. Y cuando supo que no había, quiso saber:

"¿Y cómo es un país sin guerra?".

La guerra militar ha desangrado a Nicaragua. Le ha dejado miles de muertos: las víctimas de los años de dictadura y de los años de invasión superan, en proporción, el total de bajas de Estados Unidos en todas sus guerras del siglo XX. Y la guerra militar ha dejado al país en escombros. Nicaragua sufre la más grave crisis económica que nadie pueda imaginar. Las encuestas coinciden en registrar el insólito hecho de que los sandinistas cuentan todavía con la simpatía de la mayoría de la población. En medio de la crisis feroz, en un país que tiene uno de los índices de inflación más altos de la historia humana (20.000% el año pasado), esta porfiada popularidad resulta por lo menos asombrosa, y sería del todo inexplicable si no fuera por la misteriosa energía de la dignidad nacional. David sufre hambre y está malherido, desesperado por pan y paz, pero ha demostrado que es posible vencer a Goliat.

Nicaragua se ha ganado el derecho de ser. Hace poco más de medio siglo, el país figuraba en los mapas norteamericanos como protectorado de Estados Unidos.

La guerra militar, guerra de independencia, guerra contra la dictadura y la humillación, está concluyendo. Ahora empieza la guerra social, que ataca las hondas raíces de la desdicha nacional y, al hacerlo, desafila a la estructura imperialista de poder.

La palabra imperialismo está fuera de moda en el mundo. Es de mal gusto pronunciarla, como si de un muerto se tratara; pero el imperialismo está vivo y coleando, y existe y crece, aunque ya no se le mencione por su nombre. También existe la lucha de clases, al fin y al cabo, aunque los intelectuales ya no la nombren y aunque en Paraguay esté prohibida por la Constitución (artículo 71).

"Y es el imperialismo, ofendido, el que está condenando a Nicaragua a expiar su victoria". El sistema necesita desprestigiar la dignidad, humillándola ante la necesidad, para que no cunda el contagioso ejemplo. El veto, a cambio, se propone obligar al fracaso de las reformas que habían empezado a transformar a Nicaragua cuando desde el Norte se desencadenó la invasión. Es verdad que Nicaragua cuenta, todavía, con un vasto movimiento de solidaridad internacional, pero las palabras de aliento no se comen y la voluntad de justicia de la revolución sandinista choca contra el alto muro del acoso económico, la extorsión financiera y el cerco político, mientras un incesante chorro de mentiras continúa envenenando a la opinión pública mundial.

El más democrático de los países centroamericanos sigue siendo obligado a rendir examen de democracia, un examen por día, ante la potencia que más dictaduras ha fabricado en la historia universal. Pero cada día la revolución sandinista consigue salvarse del peligro de la amnesia: ella nació para crear una democracia plena y no para cumplir con los hipócritas ritos de una democracia formal, donde la injusticia social, la marginación cultural y la desigualdad económica simulan ser los inevitables precios de una libertad vigilada.

"Éstos son tiempos que ponen a prueba el alma de los hombres", había escrito Thomas Paine en los difíciles días de la guerra de independencia de Estados Unidos contra Inglaterra.

Pocos pueblos en la historia humana han sido tan puestos a prueba como el pueblo de Nicaragua. En pocos años ha sufrido todos los desastres: la ocupación extranjera, la dictadura, el terremoto, la guerra y, por si fuera poco, el huracán que la asoló el año pasado y que dejó pérdidas equivalentes a cuatro años de exportaciones. "Somos un pobre venido a menos", me dijo un comandante ante la arrasada costa de Bluefie1ds.

Y, sin embargo, este pueblo sigue maltrecho pero paradito, muy de pie, queriendo abrirse camino hacia aquella Edad de Oro con la que soñó Don Quijote de la Mancha cuando deliró un mundo donde no existían las palabras tuyo ni o. Sus enemigos no pueden perdonarle esta volandera costumbre de violar la ley de la gravedad y la ley de la obediencia.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_