Intérpretes
El programa oficial de las fiestas de San Fermín no da idea de la singularidad y grandeza del fenómeno; nada hay en él que se salga de las pautas generales a las que se atienen la mayoría de las ferias y festejos que se celebran en muchos lugares de la geografía española: gigantes y cabezudos, bandas de música, corridas de toros, verbenas... Ni siquiera los encierros son un acontecimiento privativo de los sanfermines.En bastantes puntos de Castilla los encierros constituyen un capítulo habitual en sus fiestas populares. El pueblo de Cuéllar llega incluso a atribuirse la paternidad del invento. Si hemos de creer a algunos eruditos vallisoletanos, fueron unos colonos del duque de Alburquerque, trasladados por necesidades del servicio desde sus feudos castellanos a sus posesiones navarras, quienes en tiempos remotos implantaron aquí esa para ellos ya vieja costumbre. Así pues, los de Cuéllar serían al encierro de los sanfermines lo que los vikingos al descubrimiento de América.
Si he dejado aquí constancia de ese dato, que me fue facilitado por un ilustre hijo de Medina del Campo, es para confirmar que en el programa de las fiestas de San San Fermín no hay nada que pueda calificarse de absolutamente original. El programa es como una partitura vulgar que debe su increíble resultado a la imaginación y al virtuosismo de sus intérpretes.
Alegre manicomio
Éstos son tantos y tan diversos que la fiesta no puede reducirse a las tres o cuatro imágenes más tópicas y dramáticas, aunque no por ello menos veraces, que los medios de comunicación divulgan en el mundo entero. Hay infinitas maneras de realizar los sanfermines y de realizarse en ellos. Los naturales de Pamplona no están aquí lo mismo que los forasteros, los vascos no se comportan igual que quienes proceden del resto de España, algunos extranjeros tratan de actualizar la anacrónica lectura de Hemingway, los australianos saltan como canguros y las muchachas navarras como graciosas cervati¡las de los Pirineos, los punks ponen su nota agria en el ya disonante concierto de charangas y coros desafinados, los ricos -ya se sabe- no beben lo mismo que los pobres. Pero todos viven y beben estos días con el mismo entusiasmo e intensidad, todos contribuyen a crear en la ciudad el clima de un alegre manicomio.
También el aspecto de la ciudad en fiestas cambia, como la luz celeste, con las horas del día y de la noche, revelando efectos inesperados. A las cinco de la tarde la multitud se aclara en el paseo de Pablo Sarasate, y se hace visible un apacible rebaño de matrimonios jóvenes que pasea con orgullo los carritos donde sus jóvenes vástagos palmotean. A las seis, las terrazas de la plaza del Castillo están acaparadas por las señoras de Pamplona de toda la vida, que se transmiten recetas de cocina. Cuando los toros ya han terminado, a las diez de la noche, la inmensa multitud no permite contemplar la fiesta. Entonces es una fiesta sin espectadores. Quien no esté de verdad en ella, hará mejor en volver a casa o al hotel para verla por televisión.
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