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La transgresión de lo establecido

Escribir un artículo sobre el peronismo para un diario europeo siempre produce alguna incomodidad. Uno se siente parte de un partido que se sabe sospechado, incomprendido, observado con desconfianza y sin un parecido de familia con las formaciones políticas que en el centro del mundo se definen como democráticas y progresistas.Los peronistas hemos percibido un sentimiento de hostilidad, una asociación reduccionista a los fascismos europeos o los populismos latinoamericanos que nunca dio cuenta real ni de la singularidad de Argentina ni del peronismo como una fuerza que encama la posibilidad de consolidar la democracia, cargándola de justicia social y de mayor igualdad de oportunidades.

El peronismo surge en Argentina como una reacción popular contra el sistema económico, social y político oligárquico que oprimía a una sociedad en proceso de transformación debido al desarrollo industrial y cuya modernización social era tercamente reprimida por las elites tradicionales. Al inscribirse dentro de las características generales de los movimientos populares que surgen en Latinoamérica en las décadas de los cuarenta y los cincuenta, la sociología y las ciencias políticas tradicionales lo fijaron como populismo. Éste es un concepto elusivo y recurrente en tanto ha sido ampliamente usado en los análisis políticos contemporáneos, pero siempre arrastrando un sentido de imprecisión casi definitivo.

A la oscuridad del concepto empleado se une la indeterminación del fenómeno al que alude. ¿Es el peronismo un tipo de movimiento o un tipo de ideología? ¿Y cuáles son sus fronteras? Para algunas concepciones debe limitársele a ciertas bases sociales precisas y a la relación que éstas establecen con un liderazgo frecuentemente designado como carismático. A partir de esta relación líder-masas, hábitos y modalidades correspondientes a etapas más avanzadas del desarrollo se difunden en zonas atrasadas en un proceso de movilización y presencia más activa de las masas. Por movilización se entiende el camino por el cual grupos anteriormente pasivos adquieren un comportamiento deliberativo, es decir, de intervención en la vida nacional. Así se entendió la irrupción tumultuosa del pueblo el 17 de octubre de 1945, fecha considerada fundacional en la historia del peronismo. Pero el acceso al Gobierno lo realiza el 24 de febrero de 1946, es decir, a través del propio sistema político, incapacitado hasta ese momento para contener la indocilidad popular. Este nacimiento plebiscitario, pero legitimado en las urnas, le confiere al peronismo un carácter democrático popular y un nivel importante de antagonismo con la ideología y los usos de la oligarquía dominante.

La imaginación popular y la memoria colectiva asocian el primer peronismo con la autarquía, redistribución del ingreso, sustitución de importaciones, legislación proobrera y fuerte dignificación de los sectores sociales relegados. El programa desarrollado entre 1946 y 1955 se apoyó en un frente policlasista, conformado por un sector de la burguesía nacional, la clase obrera sindicalizada y fracciones de la clase media independiente. Este período formativo de la institucionalidad del peronismo es considerado como una "pérdida de autonomía" del movimiento obrero, aunque la historiografía peronista señala habitualmente que ese paso permitió superar el obrerismo, gracias al surgimiento de un instrumento político de superior calidad: el movimiento, como categoría abarcativa del partido político tradicional ligado a los manejos clientelistas y tradicionales de la oligarquía.

Éste es el punto, precisamente, donde se entrecruzan los distintos componentes del peronismo: la figura de Perón, el concepto de movimiento y la categoría de pueblo, esta no como una mera designación retórica, sino como una designación objetiva, uno de los dos polos de la contradicción dominante al nivel de una formación social concreta. En este sentido, la contradicción peronismo-antiperonismo, que cruzó la vida política argentina durante más de 30 años, expresó un antagonismo cuya inteligibilidad no depende de las relaciones de producción, sino del conjunto de relaciones políticas e ideológicas de dominación constitutiva de la formación social de nuestro país. Esta perspectiva abre el camino para entender un fenómeno que no ha recibido la explicación adecuada, por ejemplo, en la teoría marxista: la relativa continuidad de las relaciones populares, frente a las discontinuidades históricas que caracterizan la estructura económica y social de un país. Hasta mediados de la der cada de los años setenta se puede decir, sin temor a equivocarnos, que el peronismo constituyó el conjunto de interpelaciones que expresaron la contradicción pueblo-bloque de poder como distinta a una contradicción de clase y como expresión de los intereses nacionales y populares en un país periférico y vulnerable a la dominación imperialista externa e interna.

Desde 1955, cuando el peronismo es desalojado por la violencia del poder, negándosele su condición de partido mayoritario y democrático, se convierte en la fuerza impugnadora tanto de las dictaduras militares como de los intentos de legalizar un régimen político proscriptivo y excluyente. El peronismo representó y contuvo todas las rebeldías y críticas contra el sistema social y político crecienternente ineficaz y anómico, del cual era el único actor reprimido y marginado.

La progresiva constitución del peronismo como frente opositor al sistema fue uno de los aspectos diferentes que presentaba Argentina en 1973. La larga lucha por el retorno de Perón al país y al gobierno fue produciendo modificaciones en su base de sustentación, agregándole heterogeneidad, tanto en sus componentes sociales como en los proyectos que coexistían bajo la conducción de Perón en el exilio. Los sectores juveniles, provenientes de la clase media, que vieron al peronismo como sujeto histórico de la revolución, acrecentaron su capacidad movilizatoria y la politización de la sociedad. Al mismo tiempo le agregaron demandas y catalizaron los antagonismos internos, que se venían perfilando desde 1955 entre los sectores más combativos contra las dictaduras y los más complacientes y burocráticos. El reclamo y la consigna de la patria socialista vinculando al peronismo a los partidos revolucionarios del Tercer Mundo era patrimonio de los sectores juveniles, que habían ingresado en los años setenta, más que de la tradicional clientela del peronismo. La prolongada proscripción de Perón y su capacidad y habilidad para hablar ante diferentes auditorios produjeron una notable polisemia respecto de su discurso y de las posibilidades del peronismo. La violencia instalada en el país, la avanzada edad de Perón y las contradicciones en el interior del propio peronismo hicieron imposible la tarea de

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Carlos 'Chacho' Álvarez es diputado electo del Partido Justicialista (peronista) por la capital federal.

La transgresión de lo establecido

Viene de la página anteriorgobernar Argentina. Perón, a la usanza de los líderes y dirigentes de las democracias integradas europeas, inaugura un discurso abarcativo, de unidad nacional, intentando cerrar las heridas que surcaban la vida política argentina.

Unidad nacional, democracia social e integrada y reconstrucción del país eran las nuevas consignas, que chocaron contra la realidad de una Argentina que presentaba niveles de enfrentamiento y de fractura altamente conflictivos. La pronta muerte de Perón cierra un ciclo e impide evaluar si hubiera podido avanzar y vencer la resistencia y la hostilidad de los poderes que se habían desarrollado hasta ese momento en Argentina.

Entre 1973 y 1983, el peronismo perdió entre un 10% y un 22%. de los votos. ¿Cuáles fueron las razones? Las dos primeras, por obvias, fueron la gestión de gobierno entre 1973 y 1976, encabezada por Isabel Perón, y la desaparición en 1974 de Perón. El último Perón ya habia cambiado notoriamente su discurso y el tratamiento de temas tales como la democracia, los partidos políticos y la construcción de un orden que estabilizara nuevas reglas de convivencia y de cultura política. Este discurso no alcanzó a ser escuchado por una sociedad que padecía las consecuencias de muchos años de ingobernabilidad, persecuciones, muertes y antagonismos insalvables.

Después de la primera derrota electoral de su historia, el peronismo inicia un camino de autorrevisión de sus propios presupuestos, sobre todo los referidos a su organización y a su funcionamiento interno. Se toma conciencia de que la desaparición de Perón abría otra etapa, en la cual debían democratizarse sus estructuras, otorgarle primacía al partido y conformar una nueva dirección política legitimada por el voto de los propios afiliados. Se abre un proceso de discusión y de lucha política muy intensa, que desmiente, después de sucesivos enfrentamientos electorales internos, las interpretaciones que le condenaban a ser una formación autoritaria estructural.

En todo este largo camino, que comenzó allá en el año 1945, cuando las multitudes argentinas salieron a la calle masivamente para demostrar su adhesión a Perón, y llega hasta hoy, cuando Carlos Menem, elegido por el 48% de los votos, se prepara para gobernar el país en uno, de los momentos más críticos de su historia, han sucedido demasiadas cosas que parecen confirmar a Argentina como un caso atípico, difícil de encasillar en los paradigmas o los parámetros habituales con los que se manejan los politólogos o el periodismo especializado. Sin embargo, una nota común atraviesa las fronteras históricas y políticas y marca el presente, tanto de las fuerzas progresistas europeas como de los partidos populares y democráticos latinoamericanos: su crisis de identidad, producto tanto de las mutaciones civilizatorias como del acelerado proceso de desideologiz ación que sufre la política a escala planetaria. Los partidos dejan de ser totalidades o esencias apriorísticas para adecuarse a las cambiantes circunstancias del presente. Es difícil saber cuánto conservan como núcleos inamovibles de su identidad original y en qué medida están aceptando una suerte de praginatismo cada vez más oscurecedor de sus convicciones.

El electo presidente peronista ha abierto en ese sentido un camino inédito. Reconociendo la gravedad y la magnitud de la crisis argentina, signada por la quiebra total del Estado, el empobrecimiento cada vez mayor de amplias capas de la población, las líneas internas contradictorias que cruzan las fuerzas armadas, la profunda fractura y desangración social que se reveló, junto con la crisis, en los asaltos desesperados a supermercados en busca de alimentos, y la desconfianza y desencanto en la clase política dirigente, Menem convocó al Gobierno a figuras que históricamente se definieron como antiperonistas, transgrediendo todos los modelos hasta ahora ensayados.

Estamos frente a una experiencia inédita, que observan entre esperanzados y azorados propios y extraños y que no hace más que volver a confirmar que el peronismo, como el partido que aspira a consolidar la democracia, asociándola al crecimiento, al trabajo y a la justicia, continúa siendo un partido que desalienta y descoloca a aquellos que creen que la historia de un país y sus fuerzas políticas pueden comprenderse desde un diccionario universal de lugares comunes.

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