Los clarines del ajuste
LAS RECIENTES declaraciones del ministro de Economía en el sentido de que hay que reducir sustancialmente el crecimiento de la demanda interna de la economía parecen anunciar un endurecimiento sustancial de la política económica en los próximos meses. El problema, expuesto en sus líneas básicas, es bastante sencillo: la demanda interna española está creciendo a un ritmo del 7% en términos reales, lo que es incompatible con los principales equilibrios económicos; con los precios, porque la presión de la demanda facilita el alza de los mismos, y con el sector exterior, porque una parte de la demanda se concentra en bienes importados, por lo que el desequilibrio de nuestras cuentas con el extranjero no cesa de agravarse. Para este año es bastante probable que el déficit de la balanza por cuenta corriente supere ampliamente los 8.000 millones de dólares previstos inicialmente por el Gobierno. En los cinco primeros meses del año, el déficit corriente en términos de caja ha rondado los 5.000 millones de dólares, lo que no parece ser de buen augurio para las previsiones oficiales.En estas condiciones es lógico que el Gobierno se plantee reducir la tasa de crecimiento de la demanda interior. Pero el problema es de bastante envergadura, ya que la reducción tendrá que ser sustancial si se pretende acortar el déficit externo a proporciones manejables, algo que no parece muy sencillo a primera vista. Pero, aun así, cabe preguntarse si la reducción sería suficiente para obtener una disminución apropiada del desequilibrio exterior. La respuesta depende en buena medida del comportamiento de las exportaciones españolas, y lo menos que puede decirse es que la entrada de la peseta en el Sistema Monetario Europeo (SME) no facilita las cosas, ya que nos hemos comprometido a mantener una paridad de la peseta, que, según la opinión generalizada, estaba artificialmente sobrevalorada; la consecuencia lógica de todo ello es que la penetración de nuestros productos en los mercados exteriores deberá realizarse mediante un esfuerzo de productividad que probablemente queda más allá de lo que muchas empresas pueden conseguir en un plazo corto de tiempo.
Han comenzado, pues, a sonar los clarines del ajuste, apenas 15 días después de que la peseta se haya adherido al SME. Parece como si apenas apagados los ecos de la fiesta europea comenzásemos a encararnos con nuestros problemas económicos. Algunas declaraciones oficiales han insistido en el hecho de que la adhesión al SME obliga a ser más rigurosos en el manejo de la economía y que, en definitiva, la nueva disciplina cambiaría ayudará a realizar los ajustes necesarios, entre los que se encuentra, no hay que olvidarlo, una reducción sustancial de la tasa de inflación. A lo que conviene añadir que estos ajustes deberán ser más intensos por el hecho de la adhesión.
En realidad, se trata de un problema cuya importancia habría justificado con creces un amplio debate que, por las razones que sea, no ha tenido lugar. Ahora es un poco tarde para realizarlo, pero no lo es, desde luego, para analizar las consecuencias de la actual situación. Una de ellas, tal vez la principal, consiste en la certidumbre de que las cosas sucederán de manera menos traumática si los agentes sociales colaboran en el ajuste. Es cierto que éstos pueden argüir que, al fin y al cabo, si no se les ha convocado a la hora de la prosperidad, no es pertinente recabar su apoyo en el momento en que llega el ajuste. Lo que está en juego, sin embargo, va más allá de las posiciones personales de unos y otros, incluso de los sesgos institucionales en el tratamiento de estas cuestiones. Lo más conveniente sería intentar plantear serenamente los problemas y hacer participar a todos del diagnóstico y de la solución. Lo cual implica, necesariamente, algún gesto del poder, algo a lo que últimamente no ha sido demasiado propenso.
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