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EL DÍA EUROPEO DE LA MÚSICA

La ausencia del horizonte

ENRIQUE FRANCO, Joaquín Rodrigo, triunfador ya con el Concierto de Aranjuez aborda la cuestión de la música española y su proyección en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes, el año 1951. Tras recordar las palabras de Romain Rolland -"a la música italiana le falta peso, a la alemana aire y a la francesa calor"- aventura que "a la música española le faltan horizontes". "Esta es nuestra angustia actual", es cribe Rodrigo, "rebasado el atractivo pintoresquista de los primeros años. Nos sentimos acotados por una doble circunstancia: una técnica enseñada y una inspiración no aprendida".

¿Quedan, todavía, restos de semejante situación después que abandonó la escena, casi totalmente, el último resto de pintoresquismo nacionalista? Grave y difícil sería intentar una respuesta aclaratoria. Negar que, en nuestros días, existen datos de "confinamiento" en alguna de nuestra música quizá fuera tan excesivo como ignorar la implantación universal de otra parte. Y no debe olvidarse que una amplia porción de los públicos extranjeros siguen solicitando de España una imagen diferenciada, popularista y, al fin y a la postre, heredera lejana de la cantada por los viajeros del romanticismo.

Ciertamente, bastantes obras de nuestros compositores más conocidos circulan por Europa con normalidad junto a la de autores de cualquier otra procedencia. Es un síntoma positivo, pero ¿cuántas veces son programados dichos autores en conciertos "normales", al margen de festivales especializados? Menos de lo que sería deseable, aunque este problema no es exclusivo ni preferentemente español, pues se deriva de la difícil comunicatividad de una buena parte de las tendencias contemporáneas.

Otra generación

Otra generación ha entrado en liza y, sin ningún aparato, se ve obligada a combatir no acotada, pero sí problematizada por la presión de sus mayores.

Un aspecto francamente positivo: la construcción y recuperación de auditorios y teatros se ha multiplicado, pero dos coliseos operísticos -Barcelona y Madrid- estables son muy pocos para un país culto de 40 millones de habitantes.

Creció notablemente la difusión musical, en España y fuera de ella, promovida por el Estado y las comunidades autónomas, aunque haya de anotarse la reducida proporción de obras de autores vivos que se programa; mucho más baja que la habitual por otros pagos; aumentó el patronazgo de actividades musicales y, a la acción oficial, se añade, en progresión creciente, la de empresas y entidades principalmente financieras.

Se publican más libros sobre música y se editan más partituras, pero ni los lectores son muchos ni la potencia de nuestras editoras tiene una capacidad de difusión comparable a otras muchas editoriales europeas.

Quedan en pie las diferencias más graves y peor sintonizadas con el entorno comunitario. Ante todo, la eterna cuestión pendiente de la enseñanza, con lo que edificio musical falla en sus mismos cimientos.

La escasez de orquestas, a pesar del avance de algunas, la premura de intrumentistas y la relativa calidad de las formaciones sinfónicas del Estado. En esto Europa ha dado un gran paso hacia adelante; nosotros hacia atrás. A diversos niveles se acusa un inconveniente incremento de la burocracia musical, pero este mal debe ser signo de los tiempos pues está muy lejos de la particularidad española.

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