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Una fuerza natural

Con motivo de la edición de la obra poética completa de Rafael Alberti, la autora evoca los años de su niñez, que fueron el inicio de la amistad de Alberti y Pedro Salinas. Solita Salinas recuerda en este artículo cómo conoció al autor de Marinero en tierra, entrando en casa de su padre acompañado de García Lorca.

Mi imagen primera de Rafael Alberti es la de mi infancia madrileña. Le conocí cuando venía él a casa de mi padre, con Federico García Lorca, a recitarle sus versos. Yo escuchaba extasiada al joven y apuesto Rafael, que haciendo con la mano una gran bocina pregonaba sus alegres versos de Marinero en tierra.En ningún poeta español se transparenta este siglo como en Rafael Alberti. "Andalucísimo, sin duda", proclamó su primer libro Juan Ramón Jiménez, el Andaluz Universal. Así es, efectivamente, Marinero en tierra. La alegría del mar de Cádiz, reinventado por Alberti, es total: en sus aguas nada el toro azul y vive la sirenita cristiana y hortelana de sus frutos de su huerto submarino. Aquí quiero hacer una pausa para contar cómo mi padre, al instalarse en su primera casa propia en Estados Unidos, en 1941, buscando la manera de infundirle alguna alegría, inventó lo que llamaba un "poema plástico", un cubo hecho de láminas de cristal, dentro del cual reinaba la sirenita de Alberti, la del poema Pregón submarino, hecha de trapo, serrín y papel de plata, con su carrito que aún conservo, tirado por un salmón de celuloide.

Pero el Alberti que vive en Madrid desde 1917 se va empapando en los movimientos artísticos de la Europa de aquellos años. Siempre sediento de cambio, entonces da un viraje completo y se zambulle en la nueva vida que trae consigo la ciudad de los tiempos modernos y las máquinas con que el hombre pretende dominar el mundo. Ahora, en sus versos, Alberti afirma ser la nueva vida. Dirá entonces Rafael: "Yo nací, respetadme, con el cine".

Por cierto que una de las máquinas maravillosas del mundo moderno les jugó a Rafael y a José Bergamín una mala pasada. Yendo los dos en el automóvil de mi padre (el famoso y peligroso "Fidelius"), al llegar a la Cibeles se les cruzó por delante un carro, y Pedro Salinas, poco ducho en maniobras de volante, frenó bruscamente, tanto que la mula acabó por meter la cabeza por la ventanilla de atrás, cubriendo de cristales rotos las cabezas de Rafael y Bergamín. El poeta empieza a ver que las máquinas maravillosas encierran "esqueletos de níquel", que son cuerpos de "madera sin latido". Hay que buscar otra salida dentro de sí, en una dolorosa y azarosa exploración subterránea.

El movimiento surrealista representa esa nueva manera de ver el mundo. Lo que de él llega a Alberti, sobre todo a través de amigos como Buñuel y Dalí, concuerda con su nuevo sentir: presa de un gran desengaño amoroso y presto a emprender el nuevo viaje interior. Para entender y dominar su crisis anímica, escribe Sobre los ángeles, uno de los libros de poesía que perdurarán por los siglos de los siglos. Y lo escribió, como nos dice él mismo, "sumergiéndome en mis propias ruinas, tapándome con mis escombros". Ángeles más malos que buenos rodean al poeta indefenso "le muerden el alma", sin dejarle más descanso que las raras visitas del ángel bueno. Estos espíritus alados están, como la sirena de su autor, vinculados de raíz a la tradición, en este caso la religiosa.

Como en el caso de la sirena, el acierto de Alberti está en inventarles nuevos modos de ser, nuevas ocupaciones. Independientes de un Ser Supremo vagan por las tinieblas dedicados a sus propios quehaceres, casi siempre desintegradores. "Pero mi canto no era oscuro", dice de sus versos de entonces Alberti. Porque estos ángeles, tan poco angélicos, traducen un estado de conciencia, el de la crisis caótica y desgarradora del hombre moderno.

Angeles

En este libró se vive la destrucción de un hombre a manos, dice Alberti, de fuerzas del espíritu, "moldeables a los estados de ánimo más turbios y secretos del ser humano". Es evidente, pues, que la fantasía desatada de Sobre los ángeles está en estrecha relación con lo que venía sucediendo en el mundo. La crisis del poeta español es compartida por grandes creadores de otros países, como, por ejemplo, T. S. Eliot, en su libro La tierra baldía. Al final, de vuelta ya en la tierra hecha ruinas tras las catástrofes celestes, sólo quedan alas rotas y restos de ángeles. Mas el poeta ha descubierto el dolor y la compasión. Muchos artistas europeos víctimas de la misma angustia van a encontrar en la solidaridad que les ofrece el comunismo una nueva salida.

En España, Rafael Alberti será uno de ellos. Impetuosamente, rompe con su obra anterior y se define como "el poeta en la calle". Más que nunca será, la suya, voz de su pueblo durante la guerra civil. Sobreviene la derrota de la Segunda República y con ella el destierro. Alberti, ya en Argentina, no encuentra solaz posible; todo apunta al mundo perdido convertido ahora en paraíso recordado y anhelado. Pero he aquí que de tanto contemplar el campo argentino que le rodea éste se va convirtiendo en compañía, y Alberti, casi sin querer, empieza a creer en las barrancas del Paraná que le rodean.

Tanto, que cuando vuelva a España las gentes le mirarán y verán que el alma de otros paisajes se le ha quedado dormida en los ojos. Y en la canción 8 (Baladas del Paraná) parece darse el milagro del paraíso perdido español superpuesto al futuro paraíso perdido americano: "hoy las nubes me trajeron,/volando, el mapa de España. / ¡Qué pequeño sobre el río / y qué grande sobre el pasto / la sombra que proyectaba! / Se le llenó de caballos / la sombra que proyectaba". Gaston Bachelard dice que cada palabra es un movimiento creado en el aire. Y añade: "el poder de las palabras está próximo a ser una fuerza natural". ¿No será, pues, la poesía de Rafael Alberti, una nueva fuerza natural?

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