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El hambre y las ganas de comer

Políticos del Gobierno radical y de la oposición peronista acusan a la izquierda por los saqueos de comercios en Rosario y otras ciudades argentinas. La explicación es, por lo menos, parcial y, sin duda, interesada, en aras de buscar un chivo expiatorio y autoexculpar la propia incapacidad y el desgobierno.

Si en alguna ocasión se puede recurrir al ya tópico Crónica de un estallido anunciado, éso es lo ocurrido en Rosario. Bastaba una simple ojeada a unos datos estadísticos para llegar a la conclusión de que la explosión social era inminente. El pasado domingo el diario Clarín publicó un retrato del ajuste con los aumentos porcentuales en los cinco primeros meses de este año. Sin necesidad de recurrir a los casos extremos -el 5.934% de incremento de los precios del queso fresco o el 2.850% del café-, el pan subió un 554%, los huevos 466% y la leche 441%. En el mismo período de tiempo el salario básico subió un 138,1 % y, caso extremo, el sueldo de un empleado público aumentó sólo un 51%.

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Mientras casi toda Argentina se dedicaba a pasarle, con ganancia especulativa claro está, las consecuencias de la crisis al que venía detrás, los asalariados eran los únicos que prestaban sin interés su fuerza de trabajo. Al cobrar, los salarios ya habían sido devorados por la inflación.

Para quienes no tenían un colchón en dólares u otra reserva, la perspectiva era la hambruna, en un país preso de fiebre especuladora. Comerciantes y supermercados remarcaban, por necesidad unas veces y desfachatez otras, sus productos, mientras la cólera popular crecía.

Esta situación es sin duda un caldo de cultivo perfecto para extremistas, pero reducir la explicación de lo ocurrido, de forma monocausal, al trabajo de grupúsculos ultraizquierdistas no es más que la conocida política del avestruz. En la explosión de Rosario hubo tal vez gana de comer de los extremistas, pero la causa fundamental fue sin duda el hambre del pueblo.

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