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Ernesto Sábato y el misterio

Los ojos de Ernesto, Sábato se negaron a leer el discurso que llevaba preparado para la presentación de la colección Archivos, esa magna empresa editorial de la que preside su Consejo Internacional, y que ha empezado a reunir en competentes ediciones críticas lo más granado de las letras de nuestro siglo en el continente latinoamericano. Aun así, se anunció la buena noticia de ampliar en 10 volúmenes más los 110 previstos al principio en el catálogo, con lo que se remediarán ausencias o se prepararán los debidos lugares para los grandes artistas de aquel continente que al estar felizmente vivos no pueden figurar en la lista, pues en la colección sólo figuran obras de autores ya desaparecidos. Su presencia entre nosotros implica su ausencia del catálogo, y siempre será preciso elegir lo primero.Hace ya dos años que Ernesto Sábato hubiera debido otorgarnos una nueva novela, pero sus ojos nos la han negado. Su creciente ceguera le impide la escritura, aunque paradójicamente le haya conducido a la pintura. Esta paradoja es sólo aparente: Ernesto Sábato ya conoce los colores del mundo desde el principio, como nos lo decía Juan Pablo Castel, el narrador de su primera novela, El túnel, en 1948, y ya desde su primera página: "Que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración". Trece años después, en su segunda novela, Sobre héroes y tumbas (1961), uno de sus personajes, el padre incestuoso Fernando Vidal Olmos, en su Informe sobre ciegos, intentaba desentrañar los misterios de El túnel. Trece años más tarde, en Abaddón el Exterminador (1974), los personajes de las dos novelas anteriores le estallaban al autor en las manos y le conducían a su propia tumba, donde se leía el siguiente epitafio: "Ernesto Sábato quiso ser enterrado en esta tierra con una sola palabra en la tumba: PAZ". Así se cerraba imaginariamente este ciclo que no se ha continuado otros 13 años después, como hubiera podido estar previsto. Un ciclo que constituye una de las cumbres de la literatura latinoamericana y universal de nuestro siglo. En un futuro lo más alejado posible, la colección Archivos nunca estará completa sin incluirla.

Augurios

Cuando nos acercamos a esta obra -que sólo es breve en la ficción, ya que incluye numero sos ensayos y centenares de artículos-, no sólo se respira el arte en sus estadios más elevados, sino que tocamos el misterio y caemos en un mar de extrañas premoniciones. En Sábato no sólo tocamos al hombre, sino también al misterio. La obsesión por la ceguera le persiguió desde el principio. En El túnel, el marido de la protagonista es ciego; en Sobre héroes y tumbas figura el celebérrimo Informe sobre ciegos, descripción de la locura de un personaje, metáfora de un mundo dominado por el Príncipe de las Tinieblas y descenso a los infiernos; y los ciegos reaparecen también en Abaddón el Exterminador, cuyo motivo central es la aparición de la bestia de las siete cabezas del Apocalipsis sobre Buenos Aires, lo que se cumpliría cuando la dictadura militar arrasó Argentina.

El propio Sábato lo testimoniaría posteriormente cuando presidió la Comisión Nacional sobre los Crímenes de la Dictadura, que concluyó con aquel terrible volumen, Nunca más. Sábato no es tan sólo un escritor, un moralista, un artista asombroso: es también un profeta, y sus ficciones no solamente no lo parecen, sino que a veces se convierten después en pura y simple realidad. Hasta Juan Pablo Castel, el asesino de El túnel, es un pintor, como el padre del joven Martín en Sobre héroes y tumbas; ese mismo Martín que intenta desesperadamente dibujar el rostro de su amada.

La ceguera, la pintura, la locumen: el universo de Sábato no concede más reposo que el último. Es un escritor y un profeta, y una conciencia moral que no deja de interrogar a la condición humana en busca de las últimas preguntas. Su paraíso se ve en negativo, y sus dioses, al revés: cree en el mal, lo testimonia, y de ahí que su arte sea trascendente. Como el misterio.

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