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Crítica:SAN ISIDRO 1989
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ni sorpresas ni estrellas

Una programación sin sorpresas en el apartado de pop-rock, en contraposición con la interesante selección de los músicos que han participado en el IX Festival de Jazz, ha sido la característica de las pasadas fiestas. El elevado nivel artístico de Angelo Branduardi y Camarón y los 12 millones de pesetas que cobró el tenor Alfredo Kraus fueron otros aspectos significativos de unas fiestas que no han despertado la expectación de otros años.

El programa de estas fiestas de San Isidro ha sido, en lo que a pop-rock se refiere, el más desangelado de los últimos años. Nombres nacionales e internacionales de segunda fila, salvo algunas excepciones, hacían añorar los carteles de 1987 (Génesis y Tina Turner) o del pasado 1988 (Frank Zappa, Joe Cocker, Van Morrison y Leonard Cohen). Musicalmente no había opción a sorpresas: todos los grupos y solistas nacionales del programa habían pisado escenarios madrileños en los últimos meses. A esta falta de riesgo, de emoción, debían sumarse las desastrosas condiciones de los locales donde se celebraron los conciertos de pop-rock.Pese a todo, 15 grupos españoles de pop-rock y tres de heavy-metal tocaron, respectivamente, en el Pabellón de Deportes del Real Madrid y en el Rockódromo de la Casa de Campo. Angelo Branduardi, The Pogues, UB 40 y los heavys Kreator y Raven fueron los artistas internacionales invitados.

Los honorarios más importantes fueron los del último concierto, el teórico plato fuerte de las fiestas: Los Pogues cobraron cuatro millones de pesetas, y UB 40, poco más de seis millones. La recaudación de este día fue la más importante, y 25.000 personas dejaron en las taquillas del Rockódromo 25 millones de pesetas. Un día antes fue el heavy-metal el que ocupó el polvoriento recinto de la Casa de Campo. Doce mil incondicionales se dieron cita en una maratón de siete horas de música en su forma más dura, haciendo posible una recaudación de seis millones de pesetas.

En el Pabellón de Deportes del Real Madrid, un local con capacidad para 4.500 personas, se produjeron dos llenos importantes: el día 14, para ver a Un Pingüino en mi Ascensor y a La Unión, y el 17, a Los Elegantes y Danza Invisible. Con las entradas a un precio de 600 pesetas y aproximadamente 500 invitados por noche, la recaudación de cada día ascendió a unos 2,5 millones de pesetas. La entrada más floja fue la del martes 16, fecha en la que actuaba el trío de San Sebastián 21 Japonesas y los granadinos La Guardia. Angelo Branduardi y Camarón protagonizaron dos conciertos de calidad y el tenor Alfredo Kraus batió el récord de las contrataciones: por un recital cobró 12 millones de pesetas. Los datos sobre ingresos generales y número de asistentes a los festejos, en manos del concejal de Cultura Ramón Herrero, no han podido ser contrastados al cierre de esta edición.

Opción valiente

Una opción valiente, rigurosa y exigente ha permitido que el IX Festival de Jazz de San Isidro, con cinco días de programación, pueda ser contemplado como un verdadero acercamiento al estado actual del jazz; a lo que, ya al filo de la década, llamamos jazz de los años ochenta. Es, desde luego, jazz de hoy la última formación de Steps Ahead, pero también es hora de considerar que el jazz-rock o fusión no es sino una pequeña parte de todo el importante y nuevo jazz de estos años. Es también jazz de los ochenta el trompetista tejano que no cumplió los 20 años y participa en el homenaje a Charlie Parker; son jazz de los ochenta el pianista francés Michel Petrucciani, el contrabajista inglés Dave Holland, el pianista surafricano Abdullah Ibrahim, Barry Harris con sus discípulos y el madrileño Miguel Ángel Chastang con sus maestros.Lo nuevo de este festival quizá fue precisamente la sustantividad específica de mucha de la música que escuchamos. El jazz tiene bien poblado su panteón de ilustres, y la categoría de gigante parece una adscripción digna del pasado, pero no del presente.

Además, este festival pudo ayudar a precisar qué cosa tan nueva sigue siendo el jazz, sin mayores auxilios tecnológicos.

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