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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Teatro basura

El teatro-basura es lo mismo que el teatro bonito, sólo que todo lo contrario: un afán de demostración, un alarde, una manifestación extremista. El teatro bonito, de buen gusto, de refinamiento y, naturalmente, de lujo (distinto de lo que se llamó en tiempos "teatro bien hecho", que se refería principalmente al texto) produce el hastío de su derroche, que se muestra en detrimento de la expresión dramática.El teatro basura acumula los efectos de pobreza y suciedad, de procacidad, de grosería, con el mismo regusto. La sensación de lucha de uno contra otro es secundaria, aunque a veces aparezca como fundamental, como base filosófica, de enfrentamiento de clases sociales o generacionales. En realidad son sólo formas de exhibicionismo, que siempre es una exageración o una deformación de los motivos políticos, artísticos o intelectuales del teatro.

Se prohibe

..Creación de la compañía Bekereke, de Virgala (Álava). Intérpretes: Elena Armengod, Anna Rita Fiaschetti, Migual Olmeda, Manuel Tebar, Marxo Val, Eguzkí Zubia. Escenografía de Carlos Pérez. Dirección: Pip Simmons. Festival de Teatro Joven, organizado por el Ministerio de Asuntos Sociales. Sala Galileo, Madrid. 16 de mayo.

Harapos y blasfemias

Bekercke, de Álava, aporta al Festival de Teatro Joven su obra-basura Se prohíbe..., que es una "creación de la compañía", forma también acostumbrada de la negación de autor, aunque aparezca inevitablemente un director -Pip Simmons- y otras firmas individuales de creación. El escenario -de foro rasgado- acumula basuras de vertedero, harapos, blasfemias y obscenidades. Se supone que una explosión destruye un edificio vivienda de pobres que salen a la calle; esperan el socorro del sistema -que no llega- y se liberan de lo prohibido.

En esta espera parodian bodas, banquetes, comida, entierro. La parodia está, dado el género, compuesta con elementos habitualmente repugnantes; y en forma convenientemente asquerosa se muestra la comida o el sexo, las relaciones mutuas, las ropas. Naturalmente, también las palabras.

Como protesta contra la sociedad o el sistema es insuficiente, y no da la sensación de que ése sea más que un propósito secundario. El principal es el uso de materiales descalificados corno exhibicionismo, y hay que pensar que inútilmente: la provocación o el escándalo están suficientemente digeridos por los públicos, e incluso son ya atributos burgueses, además de tópicos.

Pueden, en efecto, mover a los subvencionadores -variados, y probablemente no excesívamente generosos, que mantienen a estos grupos en un mero nivel de subsistencia- a exhibirlos como prueba de generosidad y libertad de espíritu, y hasta en algunos casos como reconocimiento de sus antiguas raíces revolucionarias y de protesta, o como justificación de sus actuales poderes. No sirven de más. El Festival de Teatro Joven, que promueve el nuevo Ministerio de Asuntos Sociales no va, hasta ahora, más allá de esto; asume este teatro como un asunto social, y no es ni siquiera un asunto sociológico; es una manera de enfocar y apropiarse de ciertas actitudes juveniles y canalizar por lo ministerial y por la escena una serie de comportamientos actuales que tienen raíces, maneras de mostrarse y explicaciones muy distintas.

Metido en esta faena, el grupo Bekereke realiza su atildada porquería con disciplina y vocación. Se exhibe, se retuerce, dice sus palabras, produce sus explosiones y sus violencias aparentes, y no consigue más que frialdad y alguna risa suelta y convenida; y el ramo de flores que cada noche un empleado más o menos uniformado entrega, sonriente, a quien pase por primera actriz en estas representaciones, como un recuerdo grotesco y contradictorio de que todo está dentro de las buenas maneras, usos y costumbres, y de que los claveles en celofán suponen un perdón oficial de las infracciones calculadas.

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