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CONFLICTO ÉTNICO EN ÁFRICA

Senegaleses al borde de la expulsión

"Esto no es humano, es muy triste verse reducidos al rango de animales"

En el recinto ferial de Nuakchot, salvar los pocos trastos que han logrado librar de la batalla se ha convertido en la principal obsesión de los refugiados senegaleses aquí congregados para ser devueltos a su país. Cabeceras de camas, alguna cajonera, los fardos con sus bubus -las túnicas que constituyen el máximo orgullo de hombres y mujeres senegaleses- y para los más pudientes una radio, generalmente comprada en Canarias, son los máximos lujos de esta comunidad, que nunca ha pasado de un nivel de vida medio.

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Muchos merodean por el campo intentando lograr un mensajero (no les está permitida la salida por razones de seguridad) para contactar con un amigo mauritano o con el antiguo jefe europeo para pedirles ayuda. "Esto no es humano; es muy triste verse reducidos al rango de animales", exclamaban varios jóvenes ante la llegada de nuevos refugiados procedentes de Noadibú, a los que inmediatamente revisaba la policía, que revolvía sus paquetes, mientras otros saltaban del camión para inclinarse en el suelo a hacer sus rezos musulmanes.Ante la posibilidad de que la policía les requisara en el aeropuerto sus ahorros, muchos se han lanzado hacia los pocos enfermeros y únicos extranjeros autorizados a pasar al recinto para hacerles los pedidos más variados: tabaco, carne, relojes o ropa. Los hay incluso que no dudan en entregar su dinero a desconocidos para que se lo envíen a Dakar a la dirección que llevan apuntada en trocitos de papel. Otros tienen otro tipo de problemas: "No sé cómo contactar con, mi mujer y los niños; los dejé en casa para ir a buscar un coche para venirnos con nuestras cosas aquí, pero la policía me paró porel camino y me trajo aquí directamente, sin atender explicaciones", explica un ex bay (vigilante) de una organización internacional que llevaba casi 10 años en Mauritania.

El recinto, por el momento, está bien abastecido de alimentos gracias a las ayudas internacionales que proveen la leche en polvo para los bebés, agua mineral, azúcar, pan, arroz e incluso zapatillas para quienes perdieron las suyas en la estampida. Pero en el tumulto, los más nuevos, son presa de un desconcierto que les hace vagar perdidos y se quedan varios días sin comer.

La falta de personal y la imposibilidad para los enfermeros extranjeros de entender todos los idiomas locales que se hablan en esta zona contribuyen a la desorganización.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se encargó el primer día de instalar unas letrinas en el descampado que rodea el edificio de exposiciones. El hospital ha sido situado en el piso superior del edificio, donde las esteras alineadas en el suelo, rodeadas de las posesiones de sus ocupantes, dan a este rincón un aspecto prácticamente idéntico al del resto del escenario, excepto que en ellas los organizadores. intentan concentrar a los heridos para que no escapen a la ronda de las medicaciones. Afuera, las tiendas se multiplican. En cada una se amontonan, tumbadas o sentadas, unas 50 personas. Quien puede prepara el té con el habitual rito del trasvase del agua de una tetera a otra. Los más animados inician un concierto de palmas al son de una radio.

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