Un concierto espectacular

Dentro del ciclo Jubilar, patrocinado por Caja Madrid, se celebró el domingo en el Auditorio Nacional un concierto espectacular y de verdadero postín. Tocó la Orquesta Nacional de Francia (ONF), con su actual director titular, Lorin Maazel, un programa enteramente dedicado a Claudio Debussy e Igor Stravinski.La Nacional francesa fue siempre una excelente orquesta, con la que pudieron hacer alta música desde Toscanini y Furtwaengler hasta Pierre Boulez y Gilbert Arny. Pero en estos momentos alcanza unos niveles de calidad y virtuosismo realmente magníficos. Su existencia, aparte del apoyo de la radio, está asegurada desde 1980 por una asociación en la que colaboran hasta 100 empresas e instituciones nacionales y multinacionales.

Reintegrado desde esta misma temporada Lorin Maazel a la dirección titular -puesto que simultanea con otra titularidad, la de la Sinfónica de Pitsburgo-, con JefIrey Tate como primer di rector invitado y Boulez para acontecimientos especiales, el conjunto de 115 profesores de la ONF muestra una categoría tan extraordinaria en sus individuafldades como en su conjunto. Suena coherente, flexible, potente, segura y, en suma, fascinante. Si las cuerdas vibran con intensidad, las maderas nos llegan con aterciopelado matiz, los metales dulcifican su incisivo timbre y el timbal hace verdaderas maravillas. El gran espectáculo de anteanoche fue la orquesta por sí misma, a lo que se añade un Maazel superespectacular hasta el exceso y a veces en detrimento de la más honda poética musical.

Bien se comprobó en. unas Imágenes mucho más realistas que 'mpresionistas, con una Iberi, en la que 1a España soñada" (e indicada con los correspondientes matices en la partitura) se tornó perfecto tour de agencia turística.

Hubo mucho más encanto en Petruschka, con la que Maazel se presentó en Madrid en febrero de 1956, cuando, a sus 25 años, constituía el gran descubrimiento. Temas como la primera danza del cuarto cuadro fueron llevados a un tiempo rapidísimo, pero en otros momentos, como la muerte y resurrección de la marioneta, sentimos el vuelo lírico, tierno, que les da sentido.

Ovaciones sin tasa obligaron a maestro y orquesta, después de muchos saludos, 'a interpretar una propina que se tornó nuevo motivo de espectacularidad: la farandolle de La arlesiana, de Bizet. A pesar de todo, en mi fuero interno eché de menos al Maazel de 30 años atrás, más fresco y sosegado, mucho menos sensacionalista.