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El escritor y el ordenador

El original de 'El general en su laberinto' revela la intensidad de la reescritura

El colombiano Gabriel García Márquez es un ejemplo perfecto del cazador de palabras. Y es, además, dueño de un formidable arsenal de mañas y manías. Su dedicación y disciplina al oficio son casi místicas. Ese arsenal, en realidad, disminuyó significativamente con los avances de la tecnología. Sin embargo, y pese a las facilidades que ofrece el procesador de textos, el fantasma de las correcciones siguió pegado a García Márquez. Un rápido vistazo a los originales de El general en su laberinto muestra que el escritor sigue persiguiendo, a mano limpia, la palabra exacta hasta mucho después de haber obtenido, gracias al procesador, la tan esperada página inmaculadamente mecanografiada. El cazador no cesa en su empeño: la palabra exacta, como el gran amor, exige una búsqueda incesante.Además de las correcciones de tinta negra, García Márquez utiliza otros dos colores, el verde, para subrayar la segunda revisión definitiva, y el rojo, para la revisión definitiva final. Y una vez recibido el libro impreso, el autor seguramente hará nuevos apuntes, posiblemente utilizando un lápiz.

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Los avances de la tecnología

"Pero un soldado que parecía en estado de éxtasis, por el sopor de la hora, lo sacó del engaño con la verdad" aparece, en su forma final, así: "Pero un sargento, que parecía en estado de estupor por el bochorno de la hora, lo apabulló con la verdad". En esta misma página la caligrafía firme y clara agregó, en tinta negra, toda una frase: "Toda la ciudad estaba ya al corriente del riesgo (sería "de las amenazas", pero de corrección en corrección surgió la forma definitiva) que la amenazaba, y el glorioso Ejército de la República era visto como el emisario de la peste". Alguna duda final debe de haber sobrevivido, ya que "como el emisario de la peste" recibió un subrayado hasta ser reconfirmado por un vigoroso "OK" en tinta negra.

En otra página, el general advierte a Santander: "O me mata usted o, por Dios, lo mato yo". En la versión final, el autor prefirió una forma mucho más seca y directa: "O me pega un tiro o se lo pego yo". En la frase siguiente, el general Cárcamo deja de pensar que aquél había sido el origen "de un resentimiento collado" para pensar que aquél había sido el origen "de una amargura recóndita".

Todas las páginas del original del libro están sembradas de nerviosas correcciones de última hora. Los cuidados del autor hicieron que "un aire juvenil", luego de algunas dudas, se transformara en "una brisa juvenil", y que el general, de "tan influido por la aridez de los cuarteles" pasara a ser "tan empobrecido" por la misma aridez, que, a propósito, pasó también por su etapa de dudas: "de los cuarteles" fue tachado en tinta verde y luego resucitado por un manuscrito en tinta roja.

Al recorrer los originales, uno se tropieza por lo menos con una curiosidad. En un determinado período aparece lo siguiente: "Del general (**) Margueytió, sospechoso reticencias". En la otra línea, escribió García Márquez: "Al general (**) González, el más adicto reticencias". "Cada" (**) recibió el correspondiente círculo en verde, pero la duda persistió: de los círculos bajan líneas verdes que terminan en insólitos signos de interrogación. Hay que buscar en en libro impreso para, ver a qué solución, llegó García Márquez después de las dudas que sobrevivió.

Insólito

Lo más insólito de todo, sin embargo, reside en lo siguiente: parece normal que un original de Nadine Gordimer aparezca con muchísimas correcciones mecanografiadas, además de unas pocas hechas a mano; lo mismo pasa con John Cheever: normalmente, una de sus páginas no suele tener más que cinco o seis correcciones hechas a mano, con tintas negras y caligrafía casi incomprensible; Milán Kundera corrige mucho, a mano y a máquina, y muchas veces incluye dibujos raros en los márgenes de la hoja. Pero El general en su laberinto, al contrario de los originales de estos tres autores, fue totalmente escrito en una computadora. Eso daría a García Márquez -quien, al contrario que algunos de sus maestros, como Ernest Hemingway, William Faulkner o Juan Rulfo, jamás escribió a mano- el recurso de la corrección computadorizada.Observar los originales impresos en una computadora y tan cuidadosamente corregidos a mano da la impresión final de que el autor se acercó, a última hora, a la escritura más íntima, la más cálida. Como si el general viviese un acercamiento más lento y cariñoso a la hora de las correcciones, que son, al fin y al cabo, la última despedida entre un autor y su texto.

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